Como cada cuatro años, llegan y se van las olimpiadas, con su carga de espectáculo, deporte, negocio en diversas formas, la mayor parte publicitario, y su cosecha de desveladas, temas de conversación, alegrías (pocas) y corajes (muchos). Casi nadie deja (dejamos) de ver el espectáculo y, de un modo u otro, forma parte de de nuestras conversaciones, de sesudos análisis y de encendidos editoriales. Todo lo demás deja de tener importancia; el tema es: las olimpiadas.
Lo que no me deja de asombrar es la importancia que muchos le dan a estos juegos (que eso son, unos juegos) en términos del honor nacional, en términos de éxito o fracaso del país. Es como si fuera una religión, a la que los verdaderos creyentes le dan la máxima importancia. Me llamaron mucho la atención esos ciudadanos que se pusieron de acuerdo para ir al aeropuerto a insultar a los seleccionados para el fútbol olímpico. ¿Cómo se atreven a perder? ¿Qué, no tienen sentido del patriotismo? Tal parece que así piensan los que van a reclamarles a quienes tuvieron la osadía de perder en tan importante evento.
Poco después vi una caricatura de Ana Guevara, en posición de iniciar la carrera y cargando al país sobre sus hombros. ¡Por favor! La dama es una excelente atleta, un ejemplo para todos nosotros por su tenacidad y espíritu de lucha, pero de ahí a que el país esté sobre sus hombros, la distancia es mucha.
Estos atletas, nuestros atletas, son hombres y mujeres esforzados, con muchas cualidades, que han aprovechado sus capacidades físicas hasta el máximo que estas le permiten. Nos enorgullecen, pero sus derrotas no son derrotas del país. Finalmente, todo deportista es derrotado alguna vez, aunque no sea más que porque no tiene la edad para seguir dando su máximo rendimiento.
Es impresionante la lealtad que genera el deporte, el apasionamiento e, incluso, fanatismo que engendra en sus seguidores. Digo mal, no en sus seguidores, sino en sus espectadores. Porque todos esos que van a reclamar a los deportistas, se ve a las claras, no son deportistas; son espectadores. Si el deporte le importa tanto, ¿Por qué no lo practican? Si los representantes de tal o cual deporte les parecen deficientes, ¿por qué no se ponen ellos a entrenar y mostrarnos a todos que sí se puede hacer mejor?
Algo anda mal, cuando valoramos el resultado del deporte, el espectáculo que ofrece, la fama (y frecuentemente el dinero) que les acompaña, hasta el grado del fanatismo. Pero no lo practicamos, no nos importan los valores de esfuerzo, dedicación, vencimiento de uno mismo que el deporte, al menos el de alto rendimiento, requiere para que alguien llegue a ser seleccionado. Y también otros valores que el deporte promueve: el del juego limpio, el de trabajo en equipo, el de serenidad y elegancia al aceptar la derrota en buena lid. Y, bien lo sabemos, estos son valores que hacen falta en la vida pública y privada de nuestra nación.
Señores y Señoras, ¡Aprendamos de los deportistas mexicanos de alto rendimiento y dejemos atrás los absurdos fanatismos!