La prensa puede exaltar o puede denigrar. Puede defender o puede atacar. Puede rescatar o puede hundir. Pero tiene una dimensión peculiar que no siempre recordamos: puede callar, esconder, ocultar.
Porque los periodistas pueden ir al Parlamento y dejar completamente en el olvido un discurso magnífico de un político bueno, mientras exaltan las palabras huecas y los esloganes fáciles de otro político nada recomendable.
O pueden ir como cronistas a la guerra para fijarse en lo llamativo, lo curioso o lo grotesco, mientras dejan sepultados en el silencio los daños enormes que sufren miles de campesinos que viven cerca de las trincheras.
O pueden insistir con un martilleo constante sobre los escándalos de miembros de una categoría profesional mientras guardan un silencio sepulcral, casi cómplice, sobre lo que ocurre en otras profesiones.
El poder de ocultar que tiene la prensa es capaz de convivir, desde una complicidad a veces culpable, con invisibles maniobras económicas que arruinan a pueblos enteros; o con errores políticos que llevan a un aumento de la delincuencia ante la falta de analistas dispuestos a denunciar tales errores; o con medidas sociales que derrumban a la familia mientras los periódicos principales se fijan en asuntos de menos transcendencia.
La prensa no es solamente poderosa, por tanto, por lo mucho que dice, sino también (quizá incluso más) por lo mucho que calla.
Por eso, quien no cuenta para la prensa o, en una situación más dañina, quien es condenado a ser ocultado por los periodistas, simplemente no existe o aparece como irrelevante. Al revés, quien quiere mantenerse impune en un mundo oscuro de injusticias buscará cómo lograr la protección de medios informativos para que miren a otro lado e “ignoren” acciones delictivas que claman al cielo, mientras nos informan sobre la corbata del señor presidente, sobre los insultos que un político pronunció en su discurso en el parlamento, o sobre el misterio del último asesinato pasional de la semana.
Es cierto que no todos los periodistas usan el poder de ocultar como instrumento para intereses mezquinos. Hay profesionales de la prensa que se arriesgan un día sí y otro también para denunciar males que merecen ser extirpados, o para resaltar lo mucho bueno que llevan a cabo miles de hombres y mujeres honestos y justos.
Pero por desgracia hay otros periodistas que no saben (por ceguera cultural, por connivencia ideológica, por pereza irresponsable, por miedo a poderes ocultos, a veces por sobornos) ni analizar ni sacar a la luz noticias que serían capaces de mover a la gente a acciones decididas para extirpar males muy arraigados en nuestras sociedades. Como también hay periodistas con una escasa sensibilidad para defender a inocentes que sufren atropellos ante la indiferencia más completa de medios de comunicación que están llamados, por vocación, a convertirse en adalides de los débiles, en vez de ser, como lo son en muchos casos, cómplices de los poderosos.
Es posible, es urgente, que haya más y más periodistas sanos. Con ellos tendremos menos silencios cómplices y más noticias y denuncias serias en un mundo que necesita transparencia informativa, desde una valiente defensa de la verdad y desde un compromiso sincero a favor de la justicia.