Bernanós decía que todos tenemos un “lugar” en el Evangelio; que todos deberíamos encontrar en las Escrituras esa frase que se pronunció por mí. Mel Gibson ha encontrado la suya en el lugar más incomprensible y difícil de todos: la Pasión. Desde hace más de doce años ha leído su vida pasada en esta clave, bajo esta luz: “Por sus llagas hemos sido curados”. Aquella frase del profeta Isaías, además de ser el marco de la película, es también el porqué de esta producción que desafía a Hollywood. La Pasión revive las últimas doce horas de la vida de Cristo. Y también, ¿por qué esconderlo?, el camino que ha seguido Mel Gibson en estos últimos doce años.
Quien escribe estos párrafos ha conocido personalmente a Mel, al productor, Steve, y al protagonista principal, Jim Caviezel. También ha estado en uno de los lugares de la filmación, en los estudios cinematográficos de Roma, en “Cinecittà, y ha visto una versión no definitiva de la película.
¿Un loco?
Para un conocido y famoso actor de la talla de Mel Gibson, rodar una película religiosa supone todo un riesgo. Puede ser el fracaso de su carrera cinematográfica. A Gibson lo han tachado de: loco, soñador, fracasado, racista, antisemita... ¿Una película de Jesucristo en arameo y latín? Se le achaca incluso de “excesiva violencia” en diversas escenas, como la flagelación. Pero nadie como él se ha atrevido a llevar al cine las páginas del Evangelio con tanta fidelidad. Nadie había retratado al hombre de la Sábana Santa de Turín, mitigando a sólo el 60% de las heridas de ese cuerpo destrozado, precisamente para no herir la sensibilidad del espectador.
¿Cómo nació la “Pasión”?
No hace falta viajar a Hollywood para saborear los platillos que diariamente ofrece en carteleras: familias divididas, héroes humanos, modas cambiantes y un océano de inmoralidades. Los aires que respiran los actores y actrices suelen ser hostiles a la religión o algo disipados y libertinos. Es difícil vivir la propia fe, conservar el propio credo. Mel Gibson, ahora que afronta la recta final de sus cuarenta años, confiesa haber tenido momentos difíciles en su vida. Hubo una época en que cambió de ruta. Otros seres ocuparon su escenario. Se sentía herido, llagado en su interior. “Nunca perdí la fe, simplemente me dejé llevar”.
Un día, en las Escrituras leyó la pasión de Cristo a la luz del profeta Isaías: “No tenía apariencia... Despreciable y desecho de los hombres, varón de dolores... Y con todo eran nuestras dolencias las que Él llevaba... Ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas... Por sus llagas hemos sido curados”. Esa última frase le revolucionó. Le habían dicho en numerosas ocasiones que el dolor es parte del sufrimiento de Cristo. Pero, por vez primera, entendía – o mejor- experimentaba que fue en la cruz donde Dios y el hombre se dieron la mano. La cruz no frena el dolor del hombre, aunque sí le da sentido y trascendencia. Comprendió que lo grave y doloroso no es sufrir, sino desconocer por qué se sufre y para qué.
Cuanto más releía el Evangelio, más conocía el amor, el verdadero Amor. Entonces experimentó que también sufrir puede ser una forma de amar. Interiormente se sentía “curado”. Las llagas de otro le habían sanado. Fue como un latigazo en el alma: contemplar todas las miserias personales, las tragedias de la sociedad, el pecado del mundo: vidas humanas asesinadas antes de nacer, familias destrozadas, viejos en la galería de la muerte,... Todo un vía crucis de miserias humanas donde la última estación seguía siendo un crucificado que con sus llagas no había curado.
Comenzó a ir a Misa, a practicar su cristianismo. Su padre le ayudó mucho para profundizar en la fe y asentar los principios. El rosario entro en su agenda diaria. Y, entonces, al madurar su conocimiento y su amor, experimentó la necesidad de comunicar ese fuego que le ardía dentro, esa inquietud que desde los 35 años no le dejaba tranquilo.
La mayor historia de amor
De ahí la necesidad imperiosa de comunicar, de transmitir ese fuego interior a la gran pantalla. “Simplemente traté de mostrar el precio de esa sangre”. No era un simple proyecto, un sueño o una idea feliz. Lo sentía como una necesidad apremiante. Y Mel Gibson lo realizó ¿Cómo? A su manera, con su genio y talento: “No soy un sacerdote, soy un actor de cine”. Eso es la Pasión: la experiencia viva de un amor redentor. Es también revivir y participar en la Pasión, ser tan protagonistas como Judas, Pedro, Juan o Santiago, María o Pilato. Es contemplar de cerca aquellos ojos como los nuestros, encharcados de sangre y sudor. “La Pasión no me la he inventado yo. Así sucedió. Simplemente he querido mostrar lo que dicen las Escrituras”.
Mel Gibson está convencido de que “no existe historia alguna de héroe más grande, porque no hay mayor amor que dar la vida por el otro. La pasion es la historia más grande de todos los siglos. Es la mayor historia de amor: Dios se hace hombre y los hombres matan a Dios” –declaró para Zenit el 6 de marzo de 2003. Eso es la Pasión de Mel Gibson, ni más ni menos. Son doce horas intensas, pero reales, porque así sucedieron. No podemos correr un velo sobre de mentira sobre la verdad histórica de los hechos.
Ni los judíos ni las autoridades romanas son los responsables de la muerte de Jesús. Y esto aparece claro por la inclusión de un personaje oscuro del que no se sabe si es hombre o mujer: el diablo. En la película como en la realidad todos pecaron: Judas le traicionó, el Sanedrín le acusó, los discípulos le dejaron solo; Pedro le negó tres veces, Herodes se diviertió con Él, Pilato se lavó sus manos indiferentes; la muchedumbre pidió su ejecuicón y los soldados romanos lo flagelaron despiadadamente, lo crucificaron. El demonio ronda de inicio a fin, desde el huerto de los olivos hasta el Calvario como presencia amenazadora. De todos los personajes de la historia, sólo María, la Madre de Jesús, es inocente.
Otra notable intuición de Mel Gibson ha sido el representar la última cena mediante una serie de escenas retrospectivas. Con genial maestría ha evidenciado así la estrecha unión entre el cenáculo y el Calvario. Cuando Cristo es despojado de sus vestiduras, se evocan las imágenes de unos panes ácimos. Luego, al ser clavado y levantado en la cruz, vuelven las las palabras de la primera misa: “Este es mi cuerpo” y “Esta es mi sangre”. En su encíclica sobre la Eucaristía, Juan Pablo II ha recordado este aspecto sacrifical de la eucaristía: “(Cristo) no afirmó que solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrifical, haciendo presente su sacrificio, que cumpliría después den la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos” (Ecclesia de Eucharistia, 12).
El final
La Pasión no tiene final. Si bien ha escrito Pascal que Cristo sigue en agonía hasta el fin de los siglos, quien ve y “vive” esta Pasión no puede quedar indiferente. Quizás el mayor fruto que provoca esta producción de Mel Gibson sea el cambio de vida. Y esto es muy positivo. La vida de varios intérpretes ha cambiado. Alguno de ellos, como el Judas de la película, ha rehecho su matrimonio.
Sin lugar a dudas, el testimonio más elocuente es el de Jim Caviezel, el “Cristo” de Mel Gibson. Estas palabras que refiero las he escuchado personalmente, en Roma, cuando estaban ultimando las últimas escenas. Jim nos comentó lo costoso que era levantarse todos los días a las 3 de la madrugada, aguantar 3 horas de maquillaje, empezar a rodar al amanecer, repetir escenas... Por la tarde otras 2 horas para quitarse las sustancias cosméticas. Volver a casa, dormir poco. Y este ritmo desde marzo a septiembre de 2003.
Pero lo más sorprendente es la huella que ha dejado en su vida. Decía Jim: “No he rodado una escena sin haber recibido antes la comunión. Y he ofrecido todas las horas de rodaje por la conversión de todos los que estaban a mi lado. Yo era consciente de que debía representar a Cristo y que debía actuar como Él, por eso he querido recibir todos los día la eucaristía, para asemejarme más a Él... Después de haber actuado como Cristo en la pasión, me es imposible hacer algo que le ofenda a Él o a su santísima Madre”.
Para los hombres de buena voluntad, sin prejuicios ni barreras ideológicas, y para los católicos que vean estas imágenes, el amor, el pecado, la comunión o la misa ya no serán lo mismo... Esta película revive y actualiza la pasión de Cristo y también, ¿por qué no?, la “pasión” de Mel Gibson o la propia.