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La mirada humana

Hay un proverbio árabe que dice: “Quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación”.  

No podemos ver todo, mirar todo, no podemos oír todo. Lo que miramos influye en nuestro mundo interior. Aprender a mirar es también aprender a no mirar. Todo lo que penetra a nuestros sentidos, penetra en nuestra conciencia. La mirada limpia es importante por que, si no hay castidad y pureza no se da el amor.  

La mirada no es solamente un acto físico; es una acción humana, que expresa las disposiciones del corazón. Hay miradas de amor y de indiferencia: miradas que muestran apertura y disponibilidad para comprender, y miradas cegadas por el egoísmo. Nosotros queremos mirar con ojos limpios.  

En la vida hay penas y alegrías, esperanzas y desilusiones, gozos y amarguras; el Señor espera que le busquemos en cada circunstancia exterior o interior. Aprendamos de María a mirarle. Busquemos el rostro de Jesús. “Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo” (Juan Pablo II).  

La mirada limpia y pura afirma el valor de cada ser humano, considerado en sí mismo y no en la medida que satisface el propio interés. A su vez, el deseo impuro, el afán de poseer o la curiosidad, que crecen si no educamos la mirada, terminan por cegar el corazón.  

Educar la mirada es una lucha importante, que influye en la calidad de nuestro mundo interior. Se trata de descubrir a Dios en todo, y de huir de lo que pueda apartar de Él.  

Aprender a mirar es, pues, un ejercicio de contemplación: si nos acostumbramos a mirar lo más alto y hermoso, la mirada sentirá repulsa hacia lo bajo y lo sucio. Aprender a mirar es también aprender a no mirar. No conviene mirar lo que no es lícito desear.  

“Al ver Jesús a las gentes se compadecía de ellas” (Mt 9,36). La mirada conmovida de Jesús se detiene también hoy sobre los hombres y los pueblos, puesto que por el “proyecto” divino todos están llamados a la salvación. “Jesús, ante las insidias que se oponen a este proyecto, se compadece de las multitudes: las defiende de los lobos, aun a costa de su vida. Con su mirada, Jesús abraza a las multitudes y a cada uno, y los entrega al Padre, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio de expiación” (Benedicto XVI,  Mensaje de Cuaresma 2006).  

Es necesario que nuestra mirada sobre el hombre se asemeje a la de Jesucristo. “No es posible dar respuesta a las necesidades materiales y sociales de los hombres sin colmar, sobre todo, las profundas necesidades de su corazón” (Idem).  

Como ha escrito el Papa, la mirada que dirijo sobre el otro decide sobre mi humanidad. Si miramos a los demás con ojos limpios, con respeto, descubriremos en ellos la imagen de Dios. La mirada es decisiva; tal como uno mira se siente mirado, porque tal como uno ama se siente amado: Con la medida que midamos se nos medirá (Mt 7, 2).  

¿Cómo puedo mejorar mi carácter? La respuesta en corto es: Mejora tus hábitos. Dice Frank Outlaw:

 

Vigila tus pensamientos, se convierten en palabras.

Vigila tus palabras, se convierten en acciones.

Vigila tus acciones, se convierten en hábitos.

Vigila tus hábitos, se convierten en carácter.

Vigila tu carácter, se convierte en tu destino.