La mirada de Jesús
Al ver Jesús a las gentes, se compadeció de ellas. La compasión
de Jesús en la Cuaresma del año 2006: sobre este tema escribe
nuestro cardenal arzobispo su exhortación pastoral de esta semana, y
dice:
Con la liturgia de la imposición de la ceniza ha comenzado el tiempo
de Cuaresma de este año 2006. Siempre un tiempo extraordinario para
caminar de nuevo al encuentro con el Señor crucificado y resucitado
por nuestra salvación. Siempre, ofreciendo una nueva y apremiante
invitación de la Iglesia a aprovechar la hora de la gracia que suena
en nuestras vidas y en la vida del mundo con el acontecimiento de la
Pascua nueva y eterna que se nos avecina una vez más. La obra de la
salvación va a ser actualidad máxima, el próximo mes de abril, en la
celebración de los Misterios de la liturgia pascual. La comunidad
diocesana de Madrid quiere emprender el itinerario cuaresmal en
sintonía con el Mensaje del Papa, Benedicto XVI, dirigido a toda la
Iglesia, conmovida con él al constatar cómo, «al ver Jesús a las
gentes, se compadecía de ellas» (Mt 9,36). ¿No subyacía en nuestra
experiencia sinodal de los tres últimos años, proyectada y vivida al
servicio de la transmisión de la fe a nuestros hermanos de Madrid,
el hecho de habernos cruzado con la mirada compasiva del Señor
vuelta a los madrileños de hoy, sumidos ¡tantos! en el dolor físico
y en la miseria espiritual? ¿No son muchos los que se sienten
abandonados de todos y de todo y, paradójicamente, se resisten a
dejarse mirar y amar efectivamente por Aquel que es el único que ni
los engaña, ni olvida, sino que los busca con amor?
Sin embargo, no hay duda: Jesús no cesa de acercarse, con su mirada
amiga, a la multitud de nuestros contemporáneos y a cada uno de
ellos, de amarlos y de compadecerse de ellos, mucho más intensamente
que lo hacía con las gentes de su Galilea natal. ¡Jesús nos ve ahora
desde lo alto de la Cruz, gloriosa por el triunfo de su
Resurrección! Su compasión por nosotros llega, por la fuerza del
Espíritu Santo, a lo más interior e íntimo de nosotros mismos,
curando y sanando nuestros corazones, hasta el punto de hacerlos
capaces de la esperanza de la Gloria. Aprender a mirar a la multitud
de nuestros hermanos con los ojos de Jesús, desde lo alto de esa
Cruz gloriosa, constituye un excelente guión de vida espiritual para
cada uno de nosotros y una propuesta luminosa para la acción
pastoral de toda la comunidad diocesana en esta Cuaresma. El Santo
Padre nos invita a ello: «La Iglesia, iluminada por esta verdad
pascual, es consciente de que, para promover un desarrollo integral,
es necesario que nuestra mirada sobre el hombre se asemeje a la de
Cristo. En efecto, de ningún modo es posible dar respuesta a las
necesidades materiales y sociales de los hombres sin colmar, sobre
todo, las profundas necesidades de su corazón».
¿Cómo se compadecía Jesús de las gentes que acudían a Él desde todos
los puntos de la geografía palestina, y de fuera de ella, con sus
dolencias, sus carencias físicas y humanas más elementales,
amenazadas por el diablo, víctimas de muertes incomprensiblemente
crueles, ansiosas de oír la Palabra de Dios…? Jesús se multiplica
con su presencia cercana y misericordiosa en todas las situaciones
de necesidades personales y colectivas, con sus incontables milagros
que alivian y curan, con su predicación de la llegada del reino de
Dios, tan fácil de comprensión para los niños y para los que se
hacen como ellos; derramando compasión y misericordia entre aquel
pueblo que le seguía y cercaba por doquier, pero no siempre con
limpias intenciones, duro de cerviz a veces, y que al final le
abandonó… El corazón compasivo de Jesús iba a superar infinitamente
esas y otras ingratitudes. Su consuelo le llevará hasta darles, y
darnos, para siempre ese amor sobrehumano, ¡humano-divino!, capaz de
redimirnos de todas nuestras miserias, ¡de nuestro pecado!,
inmolándose en la Cruz. ¡Estaban como ovejas sin pastor! Les dolía
el cuerpo y les dolía el alma. Necesitaban ser amadas más allá de
toda fuerza humana. Buscaban perdón de Dios.
Un amor victorioso
También hoy el hombre, la Humanidad, sufren miseria, pobreza de todo
tipo, violencia –¡cuántas víctimas de la violencia terrorista
conocemos entre nosotros!–, el hambre y la enfermedad, la ruptura de
su familia, la soledad en sus más diversas variantes…; está ansiosa
de alegría, de paz, de amor, de que el futuro sea de gracia y no de
desgracia, de perdón… El Señor ama a este hombre del siglo XXI en
Madrid, y en cualquier parte de la tierra, con la profundidad de su
amor redentor ofrecido al Padre en la Cruz. Un amor victorioso en sí
mismo y al que sólo la obstinada cerrazón del alma –pecando contra
el Espíritu– puede oponerse fatalmente. Un amor que cambia al hombre
totalmente, íntegramente, hasta convertirlo en una persona que puede
y sabe amar más y más a Él y a todos los hombres sus hermanos.
Mirar a los madrileños de hoy y de mañana, a todos nuestros hermanos
de España y del mundo, como los mira Jesús, buscando su desarrollo
integral, su salvación en el tiempo para la eternidad: he ahí
nuestro objetivo para la Cuaresma que ha comenzado este Miércoles de
Ceniza. La forma de ayunar, nuestra ayuda al prójimo –la limosna– y
nuestra oración cuaresmal han de tender a ese fin; han de propiciar
ese objetivo personal y comunitario. Una condición indispensable
para lograrlo es que nosotros vayamos con nuevos y decididos pasos
hacia Él, dispuestos a la conversión y a experimentar renovadamente
su perdón en el sacramento de la Reconciliación, a que nos dejemos
mirar por Él, por sus ojos misericordiosos, que nos escrutan en los
más hondo y pueden reanimarnos para la apuesta del verdadero amor. A
María, en cuyos ojos llenos de suavísima ternura se miró Él; a la
Virgen de La Almudena, confiamos nuestro camino cuaresmal del 2006,
unidos a las intenciones del Papa.