Estercita
Estábamos en las oficinas parroquiales cuando de pronto se sintió temblar la tierra. En México nos han enseñado que debemos salir, si es posible, del lugar donde estamos y esa fue nuestra reacción. Una vez pasado el temblor, regresamos a nuestras ocupaciones mientras comentábamos el acontecimiento. Estercita no. Presa de un ataque de nervios lloraba inconsolable mientras su mamá trataba de calmarla. Estercita era una catequista muy joven que estudiaba para ser educadora. Su mamá nos explicó que había sufrido el terremoto de 1985 y que había sido para ella un trauma que no podía superar. Pasó el tiempo y un día llegó la flamante maestra, Estercita, llena de orgullo y me platicó que mientras estaba con sus niños en la escuela, hubo un temblor y tuvieron que desalojar el jardín de niños. Por su trauma, ella se llenó de temor, pero por su responsabilidad como maestra, dominó su miedo, ordenó a los niños y los sacó del salón hasta un lugar seguro. Una vez que estuvo a solas, se soltó a llorar. ¡Eso es la fortaleza!
¿Qué es?
Cuando pedía ejemplos de fortaleza para escoger uno, una joven me dijo: “Todas las mamás son admirablemente fuertes; ponga que todas ellas tienen fortaleza”, y es cierto. La responsabilidad y, a final de cuentas, el amor, dan la fortaleza para vencer las adversidades. La fortaleza es la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien en los momentos difíciles (Cfr. CEC 1808) y es un valor muy importante porque apoya a los demás valores. Para los católicos es, también, una virtud de las llamadas cardinales y uno de los siete dones del Espíritu Santo.
La fortaleza en la vida diaria
El dolor puede ser tan fuerte que nos abruma, nos anula y hasta nos hace renunciar a la vida misma. Los que se dejan vencer por el dolor caen en la desesperanza y están vencidos. Ya no se puede contar con ellos, se han escapado de la vida, se convierten en carga para quienes los aman. Los que superan la adversidad, en cambio, están llenos de fortaleza y saben reconstruir, restaurar, consolar y consolarse.
¿Son diferentes unos de otros? ¿Unos son súper hombres y los otros son pobres mortales desposeídos de entereza y valentía?
De ninguna manera. Entre nosotros no hay súper hombres, todos somos iguales, pero, ciertamente, unos tienen fortaleza y otros carecen de ella.
¿De dónde viene la fortaleza?
Los cristianos decimos que todo lo bueno viene de Dios, pero aún hablando humanamente, este valor viene de un gran amor a la vida y de una seguridad de que tenemos un lugar dentro de ella.
Los que aman y son amados, los que se sienten necesarios, los que se valoran y se aman rectamente, sabrán sacar fuerzas de su flaqueza y seguir luchando a pesar de la adversidad.
Los egoístas, los aislados, los que no aman a nadie, lo que sólo se preocupan por su propio beneficio, no sienten la necesidad de luchar, de resistir, de vencer. Para ellos es más fácil dejarse vencer.
Las pruebas más difíciles
La guerra, el hambre, el terrorismo, los cataclismos, ponen a prueba la fortaleza de la humanidad. A todas ellas se sobrepone no sólo el hombre individual, sino la sociedad misma. De las cenizas resurge el hombre fortalecido por el fuego del dolor.
La muerte de un ser querido, la enfermedad propia y la de los seres amados, el desempleo, la miseria, la cárcel, la violencia, las adicciones, son las pruebas que se nos presentan todos los días y de las que tenemos que salir fortificados a pesar de las heridas. Tener fortaleza no es ser indiferente al dolor, sino saber seguir adelante a pesar de él.
Reconstruir una vida no es fácil, ni se puede hacer sin la ayuda de los demás. No es falta de fortaleza saber pedir o aceptar esa ayuda para sanar de las heridas físicas y sicológicas.
Para ser fuerte…
Sé fuerte con la fuerza de Dios.
No te pongas triste como los que no tienen esperanza.
Conoce tus debilidades.
Confía en ti mismo.
Siéntete seguro de que amas.
Sé consciente de tus lazos familiares.
Eres necesario para los que te aman y de ti dependen; ellos cuentan contigo.
A pesar de todo… ¡la vida es bella!