La felicidad y el sacrificio
Todo el mundo busca la felicidad, por encima de todo, y nos gustaría encontrar la llave de la puerta de la felicidad. Dicen que una princesa soñaba felicidades extrañas y durmiendo oyó una voz que le decía: “La felicidad te vendrá por ciertos caminos que te serán presentados; si logras conocerla, ve tras ella y tendrás eso que deseas”. Y se vio en la terraza del jardín de su castillo, donde se le apareció una hada magnífica, adornada con todo tipo de joyas de oro y de plata. Ella la siguió boquiabierta, pero vio que no era feliz, y le preguntó: -“¿Eres tú la felicidad?” -“No - contestó-: soy la riqueza”. Dijo la princesa: “-Por eso a tu lado yo sentía en mis labios regusto como a tierra amarga.
Y apareció otra hada, cubierta con un manto de estrellas. La princesa caminó con ella, y al notar el corazón vacío le preguntó: -“¿Eres tú la felicidad?” -“No - contestó-: soy la gloria”. La princesa dijo: “-Por eso sentía a tu lado que tenía la cabeza llena de humo y de viento”.
Y después vino aún otra hada, con campanillas de fiesta. La princesa siguió también esta, y al ver en sus ojos una niebla triste, le preguntó: -“¿Eres tú la felicidad?” “-No: soy el placer”. Y dijo la princesa: -“Por eso sentía yo dentro del alma el peso de ilusiones muertas.
Entonces apareció una viejecita algo curvada, con una cara llena de arrugas, con los ojos sonrientes. La princesa la siguió, y caminaba cuesta arriba por senderos llenos de zarzas que le arañaban las piernas; pero sentía al mismo tiempo una cosa dentro del alma que nunca había notado antes, una especie de reposo lleno de gozo. Y en medio del bosque se transformó la viejecita en la mujer más hermosa y admirable que uno puede imaginarse. La princesa gritó: -“oh! Tú eres la felicidad!” -“No - contestó-: soy el sacrificio. La felicidad completa no existe en esta vida, pero de entre todas las apariencias de este mundo, yo soy la única verdadera.
La historia tiene una moraleja: la obsesión por el dinero deja regusto a tierra menospreciable, a tristeza, pues no hay cosa peor que la carcoma de la envidia, esa tristeza por lo que tienen los demás (me decía una persona: “daría todo el que tengo por arrancarme esta envidia que no me deja vivir”) y la avaricia (una persona mayor sufría mucho cuando aquel mes, en lugar de ingresar dinero al banco, tenía de sacar: aquello era ya una enfermedad pues vivía solo para tener más dinero). El poder y la gloria material es todo humo y viento como un globo que está lleno de aire y un día se pincha y se ve que no tenía nada dentro, como vemos en modelos e ídolos de nuestro tiempo, que se derrumban a la pequeña contrariedad y caen en las drogas, la depresión, el suicidio... En cuando al placer, es peso de ilusiones muertas, si se busca “pasarlo bien” por encima de todo, como un mecanismo defensivo, y queriendo evadirse de la lucha por la vida se cae en la esclavitud del sexo, alcohol y drogas... y la desesperanza. Puede decirse que lo que hace infeliz a una sociedad es la búsqueda desordenada de bienes materiales.
El dolor es síntoma de algo malo, pero tiene un valor curativo cuando nos ayuda a entrar en misterio del amor, y por tanto no debemos querer entenderlo con la razón, sino con el corazón: cuando vemos a Jesús a la Cruz que da la vida por amor. La Cruz será señera que al mirarla participamos de la misteriosa transformación del absurdo en el misterio, vemos que aquello tiene un sentido, que tomando la cruz de cada día podemos ser felices. Jesús nos explica el sentido del dolor no con palabras, sino con su solidaridad, como escribió un poeta, Paul Claudel: "El Hijo de Dios no ha venido a destruir el sufrimiento, sino a sufrir con nosotros. No vino a destruir la cruz sino a yacer sobre ella. Nos ha enseñado el camino para salir del dolor y la posibilidad de su transformación": transforma el patíbulo de la muerte en el signo de gloria; en este sentido, san Josepmaria Escrivá decía que la alegría (la felicidad) tiene las raíces forma de cruz (el sacrificio).