44 La Eucaristía es sacramento de unidad en la Iglesia, como lo proclama san Pablo: "Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1Cor 10,17).
Cristo mismo, en la oración que elevó al Padre por sus discípulos, después de haber instituido la Eucaristía, expresa su anhelo de que todos sean uno y permanezcan en Él, como Él permanece en el Padre (cfr. Jn 17,20-23). Los Hechos de los Apóstoles nos muestran la realización eficaz de una comunidad de vida y de sentimientos en torno a la fracción del pan (cfr. Hech 2,42-47). Es la unidad que simboliza y produce la Eucaristía.
45 La participación en una única mesa es ya, por sí misma, símbolo de fraternidad y de comunión de sentimientos. El signo exterior del alimento que se consume es también, como nos recuerda la Didaché (cfr. 9,4), fruto del trigo disperso por los campos y recogido en un mismo pan, como símbolo de la unidad de la Iglesia, reunida de todas las extremidades de la tierra. Este simbolismo eucarístico, en relación con la unidad de la Iglesia, ha sido suficientemente tratado por los Santos Padres desde el inicio de la Iglesia, y el Concilio de Trento lo recoge cuando afirma que Cristo dejó la Eucaristía a su Iglesia "como símbolo de su unidad y caridad, con la que quiso que todos los cristianos estuvieran entre sí unidos y estrechados" (DH 1628), y como símbolo de aquel único Cuerpo del que Él mismo es la cabeza. También el Vaticano II describe la Eucaristía como "sacramento de amor, signo de unidad, vínculo de caridad" (SC 47 – refiriéndose a san Agustín).
46 Ahora bien, si la Eucaristía es fuente de unidad, es también centro de la vida de la Iglesia, y esto se debe a que en ella tenemos un principio único y trascendente, en virtud del cual puede conseguirse lo que a los hombres les es imposible en razón de su pecado y de su disgregación. Este principio de unidad es el cuerpo físico de Cristo, entregado a su Iglesia para edificarla como su Cuerpo Místico, del cual Él es cabeza y nosotros sus miembros.
47 La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia (cfr. RH 20). Por eso, la Eucaristía es centro de la vida de la Iglesia, y hacia ella se ordenan los demás sacramentos (cfr. SC 7), los ministerios eclesiales y las obras de apostolado. Es la sagrada Eucaristía la fuente y cumbre de la predicación evangélica. En la Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber: Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo, por su carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, que da vida a los hombres (cfr. PO 5).
48 El misterio eucarístico debe ser, en consecuencia, el centro de la Iglesia local. La Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles que, unidos a sus pastores, reciben también, en el Nuevo Testamento, el nombre de Iglesias. En ellas se congregan los fieles por la predicación del Evangelio, y se celebra el misterio de la Cena del Señor, para que, por medio de su cuerpo y sangre, queden unidos todos en fraternidad. En estas comunidades, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Pues la participación del cuerpo y la sangre del Señor hace que pasemos a ser aquello que recibimos (cfr. LG 26).
49 La Eucaristía, misterio de comunión, es para la salvación del mundo. Las Iglesias y comunidades separadas, a pesar de sus deficiencias, son medio de salvación, cuya virtud, dice el Vaticano II (cfr. UR 3), deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad que fue confiada a la Iglesia católica. Dichas Iglesias no gozan de aquella unidad que Cristo confirió a su Iglesia, porque no disfrutan de la plenitud de los medios de salvación con los que Cristo la enriqueció. Entre estos medios de salvación reviste particular importancia la celebración de la Eucaristía, en la que se simboliza y realiza la unidad de todos los que creen en Cristo.
50 Las Iglesias de Oriente, afirma el mismo Concilio Vaticano II, han mantenido el sacramento del Orden y nuestra misma fe eucarística (cfr. UR 15), mientras que algunas comunidades cristianas no católicas de Occidente no han conservado la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico, debido sobre todo a la carencia del sacramento del Orden, aunque conmemoran en la Santa Cena la muerte y resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida y esperan su glorioso advenimiento (cfr. UR 22). Por esta razón, la misma celebración del sacramento de la unidad nos urge a descubrir los valores positivos que se dan en las Iglesias y comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica y a dirigirlos a su plenitud en una actitud que sepa reconocer que la unidad, al igual que la Eucaristía, es obra de Dios, que nos llama a una cooperación activa y responsable "con amor a la verdad, con caridad y humildad" (UR 11).
51 Una parroquia viva es idéntica a una comunidad eucarística: "No se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Sagrada Eucaristía; por ella, pues, hay que empezar toda la formación para el espíritu de comunidad" (PO 6). Por lo tanto, la planificación y actuación de los programas pastorales deben comenzar y pasar realmente por la Eucaristía celebrada, y contemplada en la adoración, para producir frutos, particularmente, en el campo vocacional.