La estrella de Colonia
Sabios astrólogos de Oriente fueron al encuentro del Rey, siguiendo la estrella nueva que apareció en el cielo. Se les llama los "Reyes" Magos. Sus restos mortales llegaron a Colonia en 1164, donde se creó el relicario más precioso de la edad media y sobre el sitio del relicario se construyó luego la catedral gótica imponente que parece representar la Jerusalén celestial; desde entonces atrae la ciudad a gran cantidad de peregrinos, y celebran la fiesta el 6 de enero, en la Epifanía. Estos Magos fueron los patronos de la XX Jornada Mundial de la Juventud, que acaba de tener lugar en Colonia. Más de un millón de jóvenes de Occidente y de Oriente han hecho camino siguiendo la estrella, y decir como los Magos: “¿Dónde está el nacido rey de los judíos? Porque nosotros vimos en Oriente su estrella, y hemos venido con el fin de adorarle” (Mt 2, 1-2). “Los pies en la arena, una estrella en el cielo. No hay más frente a los Magos. Arena y estrella. Tampoco hay más delante de ti, amigo que caminas no sé adónde. Todo lo que no es para ti estrella, es arena. Y arena vendrá a ser, al pasar el tiempo: riquezas y fama, honores y aplausos, fincas y amores...” (J. A. González Lobato). La estrella es la meta y llena de sentido el viaje, los anhelos que a veces por equivocación nos hacen perder el rumbo, tomamos sendas equivocadas. Pero, aún así, “la estrella seguirá luciendo: para ti, para mí, cualquiera que sea el siglo en que vengas al desierto. Y en nuestro corazón quedará grabada la imagen de esos hombres. La estrella se verá siempre”. La estrella ha quedado como el icono de la vocación, los magos la siguen dejando atrás “un mundo de recuerdos, un mundo de amores, un mundo de ilusiones...” Ven la estrella y se deciden “a ir tras ella. Muchos la contemplaron, sólo tres la siguen... cambian la comodidad de sus palacios orientales por la molesta joroba de un camello. Todo en sus vidas sirve a su ideal. Han iniciado un viaje que no saben cuánto va a durar. Y vencieron, con la generosidad de su proyecto, las críticas y censuras de los hombres importantes de su pueblo que, moviendo sus cabezas encanecidas, comentaban: -¡Qué locura! ¡Ponerse en camino por la sola fe en una estrella! Los mediocres se arremolinaban a su alrededor. Observaban, criticaban, y a ninguno se le ocurrió seguir también la estrella”.
Los Magos llegan a Belén, adoran al Niño y hacen ese camino interior de la humildad, de encontrar el poder de Dios que –a diferencia del poder de los hombres- culmina en la humildad; ellos ofrecen lo que traen: oro, incienso y mirra. Esos regalos significan la entrega del corazón, modelo que también nosotros podemos ofrecer a Jesús lo mejor de nosotros mismos: nuestra libertad para conquistarla, el amor para tener una vida auténtica, la inteligencia para que se eternice nuestro pensamiento; también veo ahí las tres virtudes teologales: la fe, el amor y la esperanza. Y también los ingredientes de una vida centrada: la unión entre los aspectos del trabajo, vida interior y servicio a los demás.
El oro es la lucha en una vida entregada al servicio de la voluntad de Dios, y ahí entra la virtud de la fe, la obediencia fiel al querer del cielo. Y ésta es la libertad más auténtica, la que se da en una dedicación plena a Dios en un ideal grande concretado en cosas pequeñas, en una lucha que es trabajo, en primer lugar en el campo del mejoramiento espiritual, luego en el trabajo hecho por amor.
El incienso es la adoración, espíritu contemplativo que es enamoramiento, cuidar la Eucaristía, la compañía al Sagrario que desborda luego en “proyecto”, en servicio a los demás; manifestación del amor que al reconocer a Dios, se desborda en amor a los demás. Es diálogo encendido que se transforma en luces claras en el entendimiento, fidelidad en el estado de vida, docilidad como el barro en manos del artista; salir de cualquier bajón sabiendo que nunca pasa nada para quien sabe recomenzar.
La mirra es el sacrificio, hace referencia a la sepultura y es morir a lo caduco para llenarse de esperanza: vaciarnos de complicaciones personales, preocupaciones egoístas, mortificación de sobriedad, templanza... Es el mayor acto de la inteligencia, dejar actuar a Dios en nosotros para darnos a los demás con autenticidad y entusiasmo. Vaciar nuestro yo para pensar en los demás.
Todo esto es dejarnos llevar por la estrella. “Hoy, como ayer... La figura de los magos seguirá, sin embargo, perenne. Los siglos no pueden borrarla. Ella estará enseñando, al ritmo del paso de sus camellos, a los hombres de todas las épocas, cuál es el camino de los mejores. Seguir una estrella”, sigue diciendo G. Lobato: da pena dejar muchas cosas, dedicar tiempo; “pero seguir una estrella es también abrir los ojos y el corazón a una gran aventura, es caminar por la vida con una razón de ser, es penetrar lentamente en un mundo soñado, es ver cómo esa ilusión va haciéndose realidad en panoramas maravillosos, que se abren a cada paso”.