Fue el más grande y amado entre todos los oradores cristianos. Nació en Antioquía hacia el año 344, de familia rica. Su padre ocupaba un cargo elevado en el ejército imperial de Siria. Muerto muy joven, tuvo qué encargarse de su educación su madre. A los 20 años Antusa quedó viuda y aunque era hermosa renunció a un segundo matrimonio para dedicarse por completo a la educación de su hijo Juan.
Antusa era un tipo de mujer fuerte, que hacía exclamar al retórico sofista Libanio: "¡Dioses de Grecia, qué mujeres hay entre los cristianos!". La frase era de pura admiración. Libanio, pagano de pies a cabeza, maestro y amigo de Juliano el Apóstata, había iniciado al joven en el cultivo de las letras y estaba orgulloso de la aplicación de su discípulo. Pero el muchacho evadió su peligrosa influencia, gracias a las decisiones y consejos de Antusa, principalmente. Fue ella la que más veló para que su hijo adquiriese una gran formación en las ciencias sagradas y en las virtudes.
San Juan fue consagrado Arzobispo de Constantinopla en el año 398 y emprendió la reforma del clero. La elocuencia y el celo del santo movieron a penitencia a muchos pecadores y convirtieron a numerosos idólatras y herejes. Los primeros tiempos de su patriarcado fueron muy agradables para Juan, después tuvo problemas con los poderosos de su tiempo.
San Juan Crisóstomo habla de educar a los niños a través de enseñarles a dominar los cinco sentidos, que son como las puertas de la ciudad, que somos nosotros mismos. Y esa ciudad la va a habitar el Rey del universo cuando esté dispuesta. Dice entonces que la “lengua es muy amiga de relacionarse. Y antes de cualquier otra cosa, equipémosla con puertas y trancas, no de madera ni de hierro, sino de oro. Pues de oro es, verdaderamente, la ciudad que vamos construyendo (...). Cuando hayas construido así las puertas, macizas y de oro, preparemos también dignos ciudadanos. ¿Cuáles son éstos? Son las palabras santas y piadosas que enseñamos al niño a pronunciar” (n. 28).
Luego explica San Juan que hay que ser exigentes con los niños, que su disposición es muy favorable pues no luchan por las riquezas ni por la gloria, ni por la mujer o los hijos. Recomienda ponerles una ley: “No injuriar a nadie, no hablar mal de nadie, no jurar, ser pacífico” (n. 30). Pedía a las madres enseñar a sus hijos a ser amables. “Si ves que se muestra insolente con el acólito –esclavo que acompañaba al niño al colegio para llevar sus enseres escolares— no hagas la vista gorda, castiga, más bien, al libre” (n. 31). El pueblo le escuchaba emocionado y de pronto estallaba en calurosos aplausos, o en estrepitoso llanto el cual se volvía colectivo e incontenible. Los frutos de conversión eran visibles.
“Vayamos ahora a otra puerta. ¿Cuál? Una que está cerca y tiene un gran parentesco con ella: el oído. Aquélla tiene ciudadanos que van del interior al exterior y nadie entra por ella; los de ésta, sin embargo, van del exterior al interior y nadie sale a través de ella (...). Así, pues, que los niños no oigan nada inconveniente ni de los criados ni del pedagogo ni de las nodrizas. Sino que, igual que las plantas necesitan de un mayor cuidado precisamente cuando están tiernas, así también los niños. De manera que preocupémonos por tener buenas nodrizas para, desde la base, echarles buenos cimientos y, en una palabra, para que desde el principio no reciban ninguna mala influencia. Que no oigan, por tanto, necias historias de viejas. “Fulano, dice, ama a mengano”. “El hijo del rey y la hija menor han hecho tales cosas”. Que no oigan nada de eso (...). No a todos los criados ha de estarles permitido mezclarse con los niños, antes bien, deben ser sobresalientes” (nn. 36-38).
Luego explica que los niños sienten veneración por sus padres y preferirían recibir mil azotes antes que oír una maldición de su boca. Sugiere que se le enseñe a no avergonzarse por la escasez de medios, a soportar con nobleza los avatares de la fortuna y todo lo demás. Cuando cumpla quince años, dice, que oiga hablar del infierno. “Si alguien le cuenta cosas innobles, no consintamos en modo alguno que un tal se acerque a él. Si ves que en su presencia un esclavo dice obscenidades, castígalo inmediatamente y conviértete en severo y duro censor de las faltas” (n. 53). Aquí podemos recordar los “educadores sexuales” y sexólogos que desean hablar de cosas impuras a los hijos de primero de secundaria, con los nuevos programas de la SEP.
Hay otra puerta más hermosa y difícil, de guardar, dice San Juan: la de los ojos. Tiene muchas ventanillas, no sólo para mirar, sino también para que la miren. Aquí hacen falta leyes severas como “no mandar nunca al niño al teatro para que no reciba un daño completo, tanto a través del oído como a través de los ojos” (n. 56). Y aconseja que se le hable de la belleza del alma. ¡Cómo se nota que su madre Antusa tuvo mil cuidados y delicadezas en la educación de su hijo!
Dice luego: “Si necesita lavarse los pues, que nunca lo haga un esclavo, sino él mismo, y harás un hombre libre bondadoso con los esclavos y muy digno de ser amado. Que tampoco nadie le tenga que dar el manto, ni espere en el baño la ayuda de otro, sino que todas estas cosas las haga por sí mismo. Esto lo hará vigoroso, modesto y afable” (n. 70).
San Juan anima a las madres de familia a suavizar el genio de sus hijos con razonamientos de nobleza de alma y de afán de adquirir virtudes. Dile a tu hijo: “Si ves un estilete estropeado por un criado, no te enfades ni le insultes, sino sé indulgente, sé comprensivo”. Así, partiendo de cosas sin importancia, soportará también los daños graves. Es que los niños son difíciles cuando se trata de este tipo de pérdidas y antes darían la vida a dejar sin castigo al que se ha portado mal en esto.
Habla también de solidaridad con los hermanos: “Edúcale para que ponga a su hermano pequeño por delante de él, si es que lo tiene, y si no es el caso, incluso al esclavo, porque también esto es propio de una altísima filosofía” (n. 74). La cima de la sabiduría es no dejarse apasionar por chiquilladas. Procuremos que sea prudente para que sea un hombre inteligente y amable. Y es que nada vuelve tan insensato como las pasiones (cfr. n. 87).
San Juan pide que la madre aprenda a educar a su hija siguiendo estos principios y “la aparte del lujo, los adornos y todas las demás cosas que son propias de mujeres de mal vivir. Que haga todo conforme a esta ley y se aparte de la vida regalada y de la embriaguez, lo mismo el joven que la muchacha. Y esto es importante para la castidad” (n. 90).
A este santo la gente le puso el apodo de "Crisóstomo" que significa: "boca de oro", porque sus predicaciones eran enormemente apreciadas por sus oyentes. Es el más famoso orador del siglo IV. Su oratoria no ha sido superada después por ninguno de los demás predicadores.
Frases textuales tomadas de San Juan Crisóstomo, Sobre la vanagloria, la educación de los hijos y el matrimonio.