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La dignidad de la vida

1.- Ante todo quiero recordar lo que nos enseña el Concilio Vaticano II, cuando dice que donde quiera que los fieles Laicos vivan su vocación Bautismal – en la familia -, en casa, en el trabajo – participan activamente en la misión de la Iglesia de santificar el mundo. Por eso yo quiero en estos escritos dar un enfoque renovado respecto al apostolado laical para darle un fuerte impulso a la tarea de evangelización de nuestra sociedad. 

Es cierto que ante todo debemos estar preparados para afrontar con firmeza los desafíos que plantea el laicismo creciente. El apoyo a la eutanasia ataca al corazón mismo de la concepción cristiana de la dignidad de la vida humana. Los avances reciente en ética médica y algunas de las prácticas defendidas en el campo de la embriología dan motivo de seria preocupación. 

Si la enseñanza de la iglesia queda comprometida, aunque sea ligeramente, en una de estas áreas, resulta difícil de defender la plenitud de la Doctrina Cristiana de modo integral. Yo quisiera exhortar a mis lectores a una Fidelidad total al magisterio de la Iglesia, y también deseo que defendamos siempre el Derecho de la Iglesia a estar presente en la sociedad actual. 

2.- La Iglesia ofrece al mundo una visión positiva y estimulante de la vida humana, la belleza del matrimonio y la alegría de la paternidad. Esta visión hunde sus raíces en el amor infinito, trasformador y ennoblecedor de Dios por nosotros, que nos abre los ojos para reconocer y amar su imagen en nuestro prójimo (Génesis 1,27). Estas palabras las encuentro repetidas varias veces en la Encíclica “Deus Catitas Est”, del Papa Benedicto XVI. 

Esta enseñanza es verdaderamente un mensaje de esperanza. Por desgracia esta Doctrina de la Iglesia se percibe con demasiada frecuencia como una seria de prohibiciones y posiciones retrogradas, mientras que en realidad es una enseñanza creativa y vivificante, y está orientada a la realización más plena y a la felicidad de todo hombre. 

3.- Por último, quiero decirles que estimo mucho la Educación, muy especialmente los colegios Religiosos, que son una fuerza para la cohesión social. Quiero por eso orientar y motivar a los educadores católicos en su trabajo, para que pongan un énfasis especial en la calidad y profundidad de la educación, a fin de preparar una juventud bien informada, capaz y deseosa de llevar a cabo su misión de ordenar todas las realidades temporales según el deseo del señor Dios. 

También es urgente en nuestro tiempo tener una presencia católica en los medios de comunicación, los periódicos (como Expreso) y la Televisión; así como en nuestra política local y nacional; en el sistema judicial; en las profesiones diversas y en nuestras universidades, porque esta presencia servirá cada día para enriquecer nuestra vida nacional. 

 Esperamos tener todo esto en nuestra sociedad. Recordemos que debemos otorgar un lugar especial a los más desfavorecidos e intentar paliar el dolor, el hambre y la indigencia de tantos hermanos nuestros que sufren en la pobreza. Así también promovamos la tutela de la dignidad y de los derechos de los niños. Por eso yo alabo a todas las personas e instituciones que desde su fe y amor a Cristo se han comprometido en la asistencia de la infancia más débil y abandonada.