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La dignidad

La familia es el lugar de formación donde se aprende a vivir los grandes valores; el lugar querido por Dios para formar al ser humano; el lugar donde nos instruimos para ser personas; el lugar donde aprendemos a amar y a ser amados, a ser generosos, fieles, honestos y esponsables.

Por ello, el semanario Desde la fe publica una serie de fichas coleccionables para promover los valores desde nuestra familia. Ponemos esta nueva sección bajo el amparo de la Sagrada Familia: Jesús, María y José. Recuerdos de mi infancia

Cuando éramos niños, teníamos hambre de papá, y no porque estuvieran separados mis padres, sino porque él viajaba continuamente por cuestiones de trabajo. Para compensar su ausencia, durante las vacaciones lo acompañábamos y de ese modo conocimos casi todo el país, aprendiendo no sólo geografía e historia, sino principios prácticos para la vida, emanados de su sabiduría.

Recuerdo que en cierta ocasión llegamos a un pueblo a la hora de comer. Mi padre localizó un restaurante y, al estacionar el auto frente a éste, recibió la ayuda de un hombre que posiblemente tenía retraso mental o algún tipo de parálisis que lo hacía feo ante nuestros ojos de niños. Mi papá lo trató muy bien y le dio una propina. Yo creo que nos ganamos el afecto de aquel hombre porque al poco rato nos alcanzó cuando ya estábamos sentados a la mesa y, entre mil sonrisas,

nos ofreció a mis hermanos y a mí un chicle de esos de cajita. Nuestra primera reacción fue rechazar la dádiva, pero mi papá, muy oportunamente, nos pidió que lo recibiéramos. Lo hicimos y dimos las gracias. Aquel hombre se fue feliz.

Entonces vino la lección de mi padre: "nunca rechacen el regalo de un pobre, aprendan a recibir y a agradecer";. Se me quedó grabado para siempre.

Toda persona es digna de respeto. ¡Qué difícil es educar a un hijo único! Y se hace más complicado si es hijo de una mamá soltera. A los hijos únicos les hace falta esa magnífica escuela que son los hermanos. Ellos nos enseñan a preocuparnos por los demás, a compartir, a hacernos responsables, a trabajar en equipo, a no ser tan delicados y hasta a defendernos. Convivir con los hermanos nos ayuda a tratar a los demás con dignidad de la forma más efectiva: siguiendo los mandatos del amor familiar.

Cuando se tiene un hijo único, los padres deben tener cuidado para ayudarlo a relacionarse con otros niños y a preocuparse por ellos, pues de otra forma el niño crecerá en un ambiente de autosuficiencia y egoísmo. Él será el centro del universo y sentirá que todos los demás están obligados a servirle y a complacerlo.

La vida en familia es la gran oportunidad para que los papás inculquen tanto el respeto a la dignidad de las demás personas, como el respeto a la propia dignidad.

Los niños imitan, si los papás hablan con respeto del maestro, el niño verá en él una autoridad. Conozco hogares en los que la personal de servicio es como de la familia y se les trata con especial cariño. En el hogar se forman las actitudes de toda la vida y se forja nuestra vocación.

Si los papás se han metalizado, los niños se apegarán a los bienes materiales y buscarán como finalidad en su vida el ganar mucho dinero. Si la familia es humanitaria, los hijos tendrán siempre presente el bienestar de los demás para escoger su vocación.

Uno de los signos de la crisis moral de nuestras familias mexicanas es el alto índice de profesionistas que salen de las carreras relacionadas con los negocios y lo poco que se buscan las profesiones de interés social.

Si en el hogar se da demasiada atención al dinero fácil, ganado rápido y con poco esfuerzo, se le cortarán las alas a los hijos que tienen tendencia hacia el humanismo o hacia lo social. En nuestras clases humildes vemos con frecuencia que los hijos abandonan sus estudios porque prefieren comenzar a ganar dinero, por ejemplo, en el comercio ambulante o, peor aún, en alguna actividad no muy legal.

La escuela del hogar

Es natural reconocer la inmensa dignidad del ser humano, nacida de su humanidad misma. Merecen el mismo respeto todos los eres humanos: hombre o mujer; niño, joven, adulto o anciano; rico o pobre; paisano o extranjero; blanco, moreno, amarillo o negro; enfermo o sano; ¡amigo o enemigo!

En la medida en que reconocemos la dignidad de los demás, crece nuestra propia dignidad, somos más humanos. Los cristianos tenemos todavía una ventaja más: nuestro creer nos enseña que todo ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios y, por si fuera poco, todo humano es nuestro hermano en la fraternidad de Dios hecho hombre en Jesucristo.

Los discípulos de Jesús sabemos, porque Él nos lo dijo, que todo lo que hacemos por un hermano más necesitado, lo hacemos por el mismo Cristo. El trato digno a los demás, fundado en el amor que Dios nos tiene y en el amor que nosotros le tenemos, se llama caridad, que no es -como a veces la mal entendemos- la limosna que damos a un pobre.

La caridad es el amor que damos a todo humano porque es nuestro hermano, hijo del mismo Padre nuestro, al que adoramos.

Es en el hogar donde se aprende a ser digno, siempre y cuando los padres se traten mutuamente con respeto, den a sus hijos la debida importancia y brinden a todos un trato amable y respetuoso. A final de cuentas, "la educación se mama, no se adquiere".