¿Cuando éramos pequeños -estoy hablando de hace medio siglo- solíamos salir a jugar con otros niños. Ahora, ya no se sale a la calle pues los peligros son muchos, las comodidades y los juegos dentro de la casa son demasiado atractivos, y además ya no hay niños.
Siendo sinceros deberíamos reconocer que, como mundo civilizado, somos muy poco civilizados. Hemos perdido la capacidad de civilizar (según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua , civilizar significa: Mejorar la formación y comportamiento de personas o grupos sociales). Se supone que en las escuelas debería impartirse la materia de Civismo, pero aunque así fuera, no serviría de nada, dado que esta ciencia, o se aprende en el hogar, o no se conocerá jamás.
Si el civismo que me enseñaron en la primaria fuera efectivo, el hecho de saber que un pastorcito de Oaxaca llegó a presidente de la república debería haber conseguido que más gente humilde alcanzara esos niveles de participación en la vida social con un marcado afán de superación para todo el país. Pero da la impresión de que -sin importar las diferencias de los partidos- son pocos los políticos realmente comprometidos con el bien común. Y el problema se agrava por el hecho de que gran parte de los ciudadanos de a pie tampoco nos responsabilizamos solidariamente en el justo devenir de nuestra sociedad.
La experiencia me ha demostrado que cuando una persona pobre consigue levantar su nivel socioeconómico, corre el peligro de abusar de los que quedaron debajo. Pero esto también se da en gente que goza de una posición privilegiada. No cabe duda de que todos somos seres humanos con las mismas tendencias, cualidades y miserias.
Por otra parte, nuestros modernos sistemas de convivencia -en los que suele presionar demasiado la competencia- nos limitan para sociabilizar; lo cual trae graves consecuencias, de esas que nadie quisiera padecer, pero de las que todos somos culpables. Es evidente que tenemos una hipoteca social muy grande y tarde o temprano tendremos que pagar las consecuencias. Alguien me enseñó que cuando señalamos a otro con el dedo índice hay tres dedos apuntándome a mí.
Gracias a Dios nunca falta gente que trabaja en favor de la sociedad de forma individual o en iniciativas grupales. Para ellos mi reconocimiento y apoyo.
En una carta de despedida a sus amigos, atribuida a Gabriel García Márquez, dice: “Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse”. Hagamos del civismo algo vivo en nuestras casas, en nuestras calles, en nuestros trabajos; empezando hoy mismo.