Al amanecer del 25, la noticia corrió como la pólvora de boca en boca, antes que los medios de comunicación la propagasen. Fue su obispo auxiliar, don Joaquín Mª López de Andujar, el que en breve comunicado, lo notificó oficialmente.
A todos, especialmente a sus familiares, seminaristas, religiosos y sacerdotes de Getafe, el triste evento nos golpeó brutalmente. Nos parecía increíble. Así tan de repente. De la noche a la mañana y sin que nadie, absolutamente nadie, lo presintiese.
El querido obispo, el amigo de todos, el pastor amable y solícito, se había ido de nuestro lado sin hacer ruido. Callada y silenciosamente. Pero lo más penoso y sentido, es que dejaba a su grey sumida en la tristeza y el desconcierto. No era justo. La muerte traicionera nos había jugado a todos una mala pasada. Las cosas no podían quedar así. Un amigo de todos no podía emprender el viaje sin retorno, sin despedirse de nadie. Entonces se cambiaron las tornas.
Dos días estuvo expuesto su cuerpo en el Cerro de los Ángeles, recibiendo la visita de innumerables personas para darle el último adiós. Desconsuelo, lágrimas, plegarias y vela amorosa y continua de los preferidos por el pastor, sus seminaristas.
Pero donde se rompieron todas las previsiones y expectativas, fue el viernes 27 en el solemnísimo funeral oficiado por su alma a las doce de la mañana en la basílica del Cerro, incapaz de contener a los centenares de fieles que acudieron a rendirle el postrer homenaje de amor y reconocimiento filial a su persona.
El solemne funeral córpore insepulto, fue presidido por el cardenal de Madrid, monseñor Rouco, el obispo auxiliar de Getafe, con unos 29 prelados de la CEE y alrededor de unos cuatrocientos sacerdotes, amén de decenas de representantes de todos los organismos oficiales y religiosos y civiles de la Diócesis. En la homilía glosó monseñor Rouco el evangelio de la Resurrección.
Al acabar la eucaristía, don Joaquín Mª pronunció unas oportunas, concisas y amables palabras de reconocimiento, resaltando el fruto de la tarea material y espiritual, realizada por el finado. Leyó a continuación, con emoción contenida, la bendición y el pésame enviado por S.S. el Papa Juan Pablo II a sus familiares y a toda la iglesia diocesana de Getafe
Como conclusión del acto y en una larguísima procesión de todos los oficiantes y participantes, se acompañó el cuerpo de don Francisco a la capilla-Ermita del Cerro, donde se le dio sepultura y sus restos descansarán para siempre.
Esperamos siga bendiciendo desde el cielo a su querida diócesis de Getafe, de la que fue su primer y ejemplar obispo. Descanse en paz el pastor bueno y amigo de todos.
Tras esta solemne despedida, ahora sí que podemos decirle con el corazón en la mano: Gracias don Francisco.¡Sus amigos, no le olvidan¡.