Fuente: Mujer Nueva
Sorprende ver matrimonios con cuarenta años de vida en común que,
todavía, no han aprendido este principio básico. Intentan, en vano,
identificarse en lugar de complementarse. Son sencillamente diversos,
distintos. Están llamados a sumar sus capacidades, apuntalar sus
limitaciones y armonizar sus esfuerzos.
La tragedia griega
Una historia antigua resulta particularmente expresiva. Era el
argumento de una tragedia griega. Dos amantes vivían separados por las
aguas del Bósforo. Cada noche, después de una dura jornada de trabajo,
nuestro hombre se sumergía en aquellas aguas para alcanzar la otra
orilla en busca de su amada.
Cuando, jadeante, ponía los pies en la playa, la salutación de aquella encantadora mujer era siempre la misma: Cariño mío, ¿me quieres?
La pregunta se confundía con el rumor de las olas y se clavaba en
su pecho removiendo los más desolados sentimientos. Aquí estaba la raíz
de la tragedia. El esfuerzo de un día de trabajo, las frías aguas del
estrecho, la larga travesía a nado, significaban muy poco a los ojos de
la amada. Lo verdaderamente importante eran esas tres palabras: Sí, te quiero.
Así es la mujer: necesita que todos los días le extienda su marido un certificado en el que acredite su cariño.
Así es el hombre: sus sentimientos tienen menor vibración y aún menos expresividad.
Desde el principio es muy importante romper un viejo prejuicio
tantas veces controvertido. Es falsa esa pretendida superioridad de un
sexo respecto al otro.
El hombre y la mujer son iguales en dignidad, son como la cara y la cruz de una única moneda que es la raza humana.
Una segunda observación: en la naturaleza ni los metales más
preciosos se dan en estado puro. No existe por tanto el arquetipo de
hombre y de mujer. Gracias a la riqueza de matices que cada persona en
singular encierra, pueden conjugarse los valores de unos y otros. Hay
hombres con una intuición verdaderamente penetrante mientras algunas
mujeres llevan en su cerebro un computador personal. Lo que veremos a
continuación son tendencias, grandes rasgos que nos ayudan a una
actitud fundamental en el amor y en el matrimonio: la comprensión.
Diferentes en el ser
Con sólo asomarnos al texto más elemental de psicología diferencial
encontramos unos caracteres distintos en el hombre y la mujer. Así es y
así debe continuar. Para que pueda existir armonía y equilibrio entre
los sexos es imprescindible que permanezcan nítidas sus cualidades.
Con su fina premonición advertía Marañón hace muchos años a los padres y educadores: Es preciso hacer hombres, muy hombres a los hombres, y mujeres, muy mujeres a las mujeres.
Hagamos un intento de esquema sobre las diferencias más genuinas.
Mujer
- Constitución física delicada.
- Energía dispersa.
- Sentido de los matices.
- Movimientos gráciles y suaves.
- Humor variable.
- Gran impresionabilidad.
- Influencia envolvente.
- Actividades interdependientes.
- Fuerza intuitiva.
- Interés por los detalles y lo actual.
- Adaptabilidad constante.
- Papel de madre y guardiana de valores.
Hombres
- Constitución física robusta.
- Energía concentrada.
- Sensaciones fuertes.
- Gestos bruscos y descuidados.
- Emociones profundas y estables.
- Pasiones intensas.
- Agresividad y afán de mando.
- Actividades disociadas.
- Predominio del raciocinio.
- Interés por lo global y a largo plazo.
- Tenacidad en las resoluciones.
- Papel de padre y arquitecto del mundo.
Con ser completa y expresiva esta descripción es difícilmente
generalizable. Cuando contemplamos la realidad sólo vemos personas: un
hombre y una mujer determinados, no el hombre y la mujer. Son dos seres
irrepetibles que difícilmente podrán encasillarse en alguna sinopsis.
Cada ser humano es un misterio. Algo así nos dice Ana Sastre al hablar de la mujer: lo esencial de la mujer se siente más que se ve.
Se podría decir que todo en la mujer está más encarnado que en el
hombre. Ella cose con hilo, el hombre muchas veces con aguja afilada de
acero, pero hilvanada con fantasía.
Es una observación fácil: sólo hay que contemplar la escena de un
hombre disertando sobre las injusticias contenidas en la reforma de la
ley tributaria mientras es interrumpido por la mujer que pregunta: ¿cuánto subirá la contribución?
El hombre será capaz de entregarse a una idea más brillante, pero la
que es capaz de sacrificarse por los seres que le rodean será la mujer.
Esto y mucho más, es así, y es bueno que así suceda. Thibon dice que el
afecto de la mujer se universaliza en contacto con el ideal del marido,
y también el amor del hombre gana en delicadeza concreta en contacto
con la ternura femenina. La vida en común hace a cada uno de los
cónyuges el mayor servicio que puede recibir un ser limitado y
unilateral: ser salvado de sí mismo.
Todo ello nos llevará a aceptar al otro como es y no como nos
gustaría que hubiera sido. El sentido de la ponderación nos llevará a
ver al otro no como un ser plano y monocorde, sino contemplarlo con sus
luces y sus sombras, sus montes y sus lagunas.
Habrá que buscar cuáles son las luces que pueden iluminar la penumbra. Sólo cabe respetar y pedir perdón como el poeta:
Perdóname por andar tan torpemente
dentro de ti,
perdóname el dolor alguna vez.
Es que quiero sacar de ti tu mejor tú,
aquel que tú no viste y yo veo
nadador en tu fondo preciosísimo.
Aun siendo así el amor verdadero respeta siempre al otro en su
esencia, le quiere, le acepta tal cual es, le reconoce el derecho a ser
él mismo, desea que no abandone su personalidad.
Para ello hay que entender en todo el significado y consecuencias
de la aceptación. Pero basta, por ahora, quedarnos convencidos de que
no existe el hombre ideal o la mujer ideal.
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