“Rodeado de sus oficiales, el rey llegó cuando todavía no había amanecido; tras él apareció el cortejo de madres de los nuevos guerreros. Ellas debían oficiar la antigua ceremonia de la entrega del escudo. Vestidas de blanco y con la cabeza cubierta se colocaron delante de las formaciones de hoplitas. A un toque de trompeta los jóvenes abandonaron las filas y se detuvieron unos pasos más adelante; a un segundo toque apoyaron en el suelo los escudos con la lambda roja que habían recibido de sus padres el día de la iniciación. A una señal del rey, la primera mujer se acercó a su hijo, recogió el escudo y se lo colocó en el brazo al tiempo que recitaba con voz firme la fórmula tradicional: “Volverás con él o encima de él”, que significaba: “vencerás y regresarás con tu escudo o morirás y sobre él te traerán de vuelta”… El sol asomaba detrás de las montañas cuando la última mujer regresó a su sitio y la masa oscura e inmóvil de los guerreros se encendió con destellos siniestros bajo los ojos de las madres de Esparta. Contemplaban a sus hijos con los ojos secos, conscientes de haberlos parido mortales, y desde entonces habían guardado en la oscuridad de sus vientres el llanto y el dolor”. (Talos de Esparta de Valerio Massimo Manfredi, pp.129-130).
Cuán distinta la actitud de aquellas recias mujeres que enviaban a sus hijos a la guerra con la de las actuales madres quienes, por un cariño mal entendido, evitan que sus hijos sean tocados por cualquier adversidad, grande o pequeña. ¡Ay de aquel pobre profesor que se atreva a reprender, amonestar, corregir, a sus alumnos, pues todo ello es interpretado como “malos tratos”, a pesar de que los educandos sí puedan hacerle la vida imposible sus maestros!
Claro está que no es a base de golpes como se ha de trasmitir la enseñanza. Ya no estamos en los tiempos en los que “la letra con sangre entra”, pero cuando los progenitores han perdido mucha de su autoridad ante sus hijos, y de paso se la quitan a los maestros, los menores crecen de forma montaraz en una vida sin disciplina, sin orden y sin respeto, lo cual, tarde o temprano, les cobrará la factura. Pero entonces ya será tarde; Para entonces los llantos de quienes tenían la obligación de educarlos no servirán de nada.
Si los hijos desean ser tratados como reyes, que se lo ganen: que aprendan a respetar y a obedecer; que estudien en el colegio y en la casa; que adquieran las virtudes sociales; que se hagan hombres y mujeres auténticos; que sepan que a cada derecho corresponde una responsabilidad. ¿Será tan difícil que los papás puedan entender esto? Ojalá lo comprendan antes de que sea demasiado tarde, como la experiencia lo está demostrando en tantos casos.