Mi
viejo volkswagen corría a gran velocidad. A uno de los amigos que iban
conmigo se le ocurrió decir que quizás íbamos demasiado rápido.
Contesté indignado: Si no confías en mí, dime y te bajas. ¡No me digas que tienes miedo!
La verdad, yo también sentía miedo, pero el deseo de aventura me
impulsó a acelerar. Llegando a la parte superior de una loma, aceleré
hasta el fondo, a ver hasta que velocidad llegaba el coche. No pasó de
160 kilómetros por hora, pero lo juzgué un logro decente.
Ahora que lo pienso, podríamos habernos matado. Una vaca o un
caballo que cruzaran por la carretera en ese momento... un poco de agua
o de aceite en ese tramo... una pequeña distracción al tomar una
curva...
Quizá muchos recuerden experiencias parecidas de sus quince años.
Aunque tal vez no todos los adolescentes pasen por ellas, casi es un
elemento característico de quien crece y comienza a abrirse al mundo,
es un cierto deseo de llegar al límite de las cosas, de vivir los
sucesos con intensidad, de conocer, alcanzar, conquistar metas
ambiciosas.
Se quiere manejar a los 11 años. Decir: ya tengo novia a los doce. En contraste cuanto antes del lado de los que ya han superado las pruebas básicas de fumar un cigarrillo y beber un poco de licor para que el grupo de amigos lo acepte.
Los padres de este pequeño come-mundos como éste se pueden
sentir incómodos ante esta situación. No exageran: este período
repercutirá decisivamente en la formación de su hijo y en el cauce que
tome su vida adulta.
El padre y la madre conocen a su hijo a veces más que él mismo.
Guiados por el amor, pueden ir encontrando cómo poder ser para el
adolescente, a la vez que padres, también amigos, guías, compañeros que
le brinden apoyo y ejemplo.
Potencial de pasiones
Para formar al hijo que va entrando a la adolescencia, puede
resultar muy útil el principio de canalizar. Mientras más energías,
preguntas, ambiciones y fuerzas vean los papás en sus hijos, pueden
alegrarse más. Ese potencial de pasiones constituye un valiosísimo
tesoro. Sólo requiere un cauce.
El adolescente va despertando a la vida como una enorme presa llena
de agua. Reprimirlo equivaldría a bloquear la salida del agua. Tarde o
temprano la energía se desbordará tal vez destruyendo los campos y casa
que circundan la presa, tal vez, simplemente derramándose al azar, pero
al fin y al cabo con poco provecho. Encauzarlo será como dirigir la
salida del agua por un rumbo determinado, de manera que produzca
electricidad y beneficie a toda la región.
Encauzar es el camino
Hay muchas personas llenas de energías e ilusiones en este mundo,
máxime durante su adolescencia. ¿Por qué algunos alcanzan los ideales
de su juventud, mientras otros sólo las recuerdan como sueños que nunca
se volvieron realidad? el secreto se halla en encauzar.
Ya en la práctica, el principio de encauzar (en vez de reprimir) se
aplica considerando las circunstancias, temperamento, cualidades e
ilusiones de cada hijo.
Quizá podría serle útil - al menos como referencia - alguna de las siguientes pautas:
* Darle responsabilidades.
* Lanzarle retos acordes con sus ilusiones.
* Apoyar sus iniciativas.
* Que aprenda a tocar un instrumento, que practiquen algún deporte,
que aprenda otro idioma, que ingrese a un grupo humanitario o forme
uno.
* Que esté convencido de lo que le beneficia y lo que puede perjudicarle.
El hijo ya tiene su propia conciencia. El papá intenta ayudarle,
pero él es libre de decidir, con tal de que sepa asumir la
responsabilidad por lo que haga.
El canalizar y encauzar sirve para que el adolescente crezca con
una actitud positiva y personalidad firme. Lo lleva a aprovechar la
experiencia de sus padres, para aprender por dónde orientar sus
energías.
Y por último, le abre los horizontes para que desarrolle todas sus
cualidades al máximo, pues el canalizar y encauzar señala el camino,
una dirección, pero no un límite.