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Harto de la Iglesia católica

Estoy harto de la Iglesia Católica como me la presentan últimamente los medios de comunicación.

Harto de que me muestren una caricatura de sacerdote que no es sino un homosexual empedernido, un pedófilo enmascarado o un amigo del buen vivir. ¿Es que ya se acabaron los sacerdotes que sean "hombres" normales?

Harto de oír hablar de la rodilla de un Sumo Pontífice que parece llevar a cuestas no sólo su dolor, sino el cúmulo inmenso de los chismes y las habladurías que su enfermedad genera en el mundo de los medios. Tal parece que algunos sólo buscan el escándalo y lo sensacional para hacerla noticia y pasto de quienes se regocijan con el pesar ajeno.

Harto de escuchar las así llamadas luchas de poder que generan el supuesto vacío de autoridad en el que se halla la Iglesia Católica. ¿Qué saben ellos del arte y del amor de dirigir la Iglesia Católica cuándo la encajonan y la etiquetan como una empresa multinacional?

Harto de ver películas como "Priest" en dónde el sacerdote es un obispo déspota, un párroco concubinario o un joven coadjutor homosexual. ¿Es que sólo existen sacerdotes de ese tipo?

Harto de no ver ni oír por ninguna parte la noticia sensacional de tantas monjas que entregan su vida día a día en la luminosa claridad de un convento de clausura desgranando sus vidas frente al sagrario para pedir precisamente por quienes más calumnian a la vida consagrada.

Harto de que no se haga escándalo ni noticia internacional de las almas consagradas, hombres y mujeres, que pasan largas horas hablando con los encarcelados, con los drogados, o limpiando pacientemente las heces que los enfermos psicóticos dejan como estelas en los hospitales para enfermos mentales, verdaderos lugares alucinantes.

Harto de que el África con sus miles y miles de escuelas y hospitales regenteados por sacerdotes y religiosas quede siempre relegado al más profundo silencio, olvidado a pasar sus días en el polvo dorado de la sabana, escondido a los ojos del mundo, debatiéndose siempre en profundas y cruentas guerras civiles cuyos heridos y muertos son siempre cuidados por sacerdotes y monjas.

Harto de ver a una Saffira que a punto de ser lapidada por el Islam levanta olas de estupor e indignación mundial, mientras que a un obispo ruso le es negada, en flagrante violación a las leyes internacionales, el retorno a su lugar de trabajo sin que ninguno de los comités de los así llamados "derechos humanos" abogue por él o sea capaz de alzar su voz un centímetro en los medios de comunicación. Y ni qué decir de tantas mujeres adúlteras como Saffira que todos los días reciben la extraordinaria noticia del perdón de Dios de manos de un sacerdote católico. De esto no hay noticia.

Harto de que los medios presenten las escenas de quienes por defender una ballena gris o azul o amarilla se lanzan a los mares en balsas maltrechas, se encadenan a ferrovías, mientras que un grupo de monjes franciscanos en Belén arriesga su vida por un puñado de palestinos sin conmover a la opinión mundial.

Harto de que muchos católicos, como camino y coartada fácil a su falta de celo apostólico o su indiferencia religiosa digan con despecho frente a esta conjura de los medios: "No quiero oír hablar de la Iglesia Católica".

Harto de ver cómo la fe de tantas y tantas personas humildes, sencillas y buenas puede quedar lastimada de por vida, tal y como sucedió en la España de los años ochentas en donde a base una persuasiva y feroz propaganda destruyeron la fe de muchas personas, minando el aprecio y la estima por el sacerdote, precisamente a partir de calumnias, tal y como lo están haciendo ahora.

Pero estoy seguro que de esta persecución la Iglesia Católica, nuestra Iglesia Católica saldrá victoriosa como siempre ha salido, pues a semejanza de los primeros tiempos, son estas persecuciones las que como un bautismo de sangre permiten que se vigorice y se renueve en sus hijos fieles, amantes y siempre leales.