La noción de verdad está, según algunos, en crisis. ¿No constatamos con dolor cómo algunos que se sienten poseedores de la verdad han provocado guerras, han organizado atentados, han despreciado a los inocentes, han promovido ideologías asesinas?
Además, el mundo pluralista y la participación constante en espacios abiertos, como Internet, lleva a la multiplicación de las voces con opiniones distintas. Todos llegan, todos hablan, quizá todos (ojalá) escuchan, sin que resulte claro saber quiénes están en la verdad y quiénes están en el error.
Ante nuestros ojos vemos cómo unos ensalzan a la ciencia experimental como fuente del progreso. A su lado encontramos a otros que promueven formas de magia o uso de piedras como camino para alcanzar la armonía interior. No faltan quienes avisan que la ciencia experimental ha llevado a actuaciones que destruyen los equilibrios del planeta y nos arrastran hacia la catástrofe global.
¿Tiene sentido discutir si declaramos que todas las posiciones tienen el mismo valor? La misma pregunta apunta hacia una idea que resulta insuprimible en el corazón humano: el deseo de encontrar la mejor respuesta, es decir, la que esté más cerca de la verdad.
Porque todos los hombres, desde que nos levantamos hasta que esperamos descansar un poco al final del día, somos buscadores de la verdad.
La buscamos, según una idea que ya expresaba hace siglos san Agustín, a la hora de conseguir unos buenos zapatos. La buscamos al escoger una dieta, que, “de verdad”, nos permita vivir más sanos. La buscamos al renunciar a un periódico y al escoger otro. La buscamos, en definitiva, al hablar con alguien que cree que no necesita ir al médico cuando todos sus familiares y amigos ven cómo se deteriora su salud día a día.
Es cierto que ha habido, hay y habrá quienes digan que la verdad es inasequible, o que cada uno tiene su verdad, o que son más las veces en las que nos equivocamos que aquellas (pocas) en las que damos con la idea y la respuesta justa (verdadera). Pero también es cierto que al ir al médico, al consultar un pronóstico sobre el tiempo, o al plantearnos la pregunta sobre lo que exista tras la muerte, no deseamos otra cosa que la de encontrar aquella ayuda y aquella respuesta que nos permita salir de oscuridades y encontrar pistas hacia lo verdadero.
A pesar de que algunos abusen de la palabra “verdad” para vestir con ella sus mentiras o sus deseos de poder, nuestros corazones seguirán buscando, con anhelo, verdades: para entender el pasado, para afrontar el presente, para mirar hacia el futuro. Porque estamos convencidos, más allá de algunos ideólogos del relativismo, que sólo en la verdad encontraremos lo más conveniente, lo más justo, y lo más bello, para nuestras vidas y para las vidas de quienes comparten un mismo suelo y un mismo cielo.