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Gregorio Mendel: un científico y un apasionado hombre de Dios

El 3 de diciembre 2009 en el Auditorio Juan Pablo II del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma fue presentada la premiere de la película titulada: The Gardener of God. 

Esta es la primera obra cinematográfica acerca del abad Gregor Mendel, sacerdote católico y “padre” de la genética moderna. 

La película, escrita y dirigida por Liana Marabini, fue editada por Condor Pictures (www.condor-pictures.com) y tiene como personaje principal al famoso actor Christopher Lambert, quien protagoniza al padre Mendel. 

La producción cinematográfica sobre este gran científico, reconocido a  nivel mundial, relata la historia humana y espiritual de Gregor Mendel, abad de la orden de san Agustín. Él fue al mismo tiempo hombre de fe, hombre de cultura y hombre de ciencia, sacerdote fervoroso e intelectualmente inquieto.

Johann Gregor Mendel nació en Heinzendorf (en la actual República Checa), el 22 de julio de 1822. Fue monje, botánico, meteorólogo y genetista.

Siendo un hombre de cultura y de ciencia, Gregorio Mendel fue, ante todo, un hombre de fe. Supo armonizar, como tantos otros, la vida cristiana y monástica con sus experimentos científicos. Mantuvo el genio de su inteligencia hacia su Creador para alabarlo y adorarlo, y hacia la creación, para descubrir las leyes en ella escondidas por la sabiduría de Dios.

Se acercó a la ciencia gracias a su pasión por la agricultura. En 1843 ingresó en el monasterio agustiniano de Altbrünn, y en el 1847 profesó sus votos religiosos y recibió las órdenes sagradas. 

En sus estudios teológicos pudo participar también en cursos de agricultura y viticultura, aprendiendo de Franz Diebl el método de polinización artificial como técnica principal para mejorar, de manera controlada, las plantas. 

Entre el 1851 y el 1853 estudió en la Universidad de Viena donde por primera vez escuchó por F. Unger de las teorías de la mutación de las especies y aquella relativa a la antigüedad de la Tierra. 

De Unger, Mendel aprendió la aplicación de la teoría celular de Virchow aplicada a la fertilización de las plantas. Esta técnica en 1856 le llevó a la identificación de la célula huevo y del grano de polen en relación a la formación de un nuevo individuo, el cigoto. 

Miembro de la Sociedad de zoología y botánica de Viena, el Padre Mendel se dio cuenta rápidamente que en los diversos experimentos de hibridación que se empezaban a realizar con las plantas, es decir, de cruces entre plantas con caracteres distintos con el fin de mejorar las generaciones sucesivas, faltaba un verdadero análisis estadístico sobre la frecuencia de hibridación. 

De regreso al monasterio de Brünn, el Padre Mendel empezó una serie de experimentos utilizando la planta de chícharos (Pisum sativum). En 1856 empezó sus hibridaciones que él mismo llevó a cabo con extrema paciencia y constancia por ocho años seguidos. Entre 1856 y 1863, cultivó y cruzó  más de 30.000 plantas de Pisum sativum. 

En 1865 durante el Congreso de la Sociedad de ciencias naturales, el Padre Mendel presentó los resultados de sus estudios que constituirán después la base científica de la moderna genética. Al principio sus evidencias no suscitaron mucho interés en el mundo científico. En 1870 publicó un importante trabajo de hibridación sobre Hieracium, planta de euro-America. 

Murió en Brünn (actual Moravia) el 6 de enero de 1884.

Juan Pablo II afirmó sobre este abad: “Gregorio Mendel fue un hombre de cultura cristiana y católica. En su existencia, la oración y la alabanza sustentaron la búsqueda del paciente observador y la reflexión del científico genial” (Discurso de Juan Pablo II, 10 de marzo de 1984, conmemoración de los 100 años de la muerte del abad Gregorio Mendel). 

El padre Mendel supo juntar armoniosamente los modos de vivir con las razones de vivir, en una síntesis intensamente creativa. 

Sus mayores contribuciones a la genética moderna se deben a la introducción de los métodos aritméticos y estadísticos en las observaciones de los cruces genéticos. Todos sus experimentos fueron realizados pensando en hipotéticos caracteres hereditarios, que solamente después fueron identificados en los genes físicamente presentes y en partes de los cromosomas. 

Su gran capacidad de abstracción, la constancia de su labor, la paciencia y los análisis matemático-estadísticos que empleó, abrieron paso para descubrir las que hoy se llaman las leyes de la hereditabilidad de Mendel. Sus estudios fueron redescubiertos en 1900 por H. de Vries. 

Sus tres leyes que regulan la transmisión de los caracteres hereditarios se pueden resumir así:

1. Primera ley o ley de la dominancia, que afirma que en el cruce de dos individuos diversos según una pareja de caracteres, los híbridos que salen presentan un solo carácter, el dominante.

2. Segunda ley o ley de la segregación, según la cual en la segunda generación el carácter recesivo aparece en el 25% (homocigotos recesivos) de los híbridos y el dominante en el 75% (50% heterocigotos, 25% homocigotos dominantes).

3. Tercera ley o ley de la independencia, que afirma en la hibridación de individuos que difieren en muchos caracteres, la independencia de estos y la combinación de cada uno según las proporciones de probabilidad descubierta por Mendel.

El padre Gregor Mendel, como verdadero hombre apasionado de Dios, logró penetrar allí donde el mismo Creador estableció un orden y una regularidad: el orden genético. 

Sin conocer el ADN, descubierto en su estructura y funciones el 1953 por James Dewey Watson e Francis Crick a través de los resultados de R. E. Franklin, el padre Gregor Mendel intuyó aquella regularidad y racionalidad inscrita en la naturaleza misma y que para él mismo era una clara y evidente prueba de la existencia de un Dios creador.  

La película de Liana Marabini: The Gardener of God, presenta la figura de este gran hombre de fe y de ciencia. “Sobre el ejemplo de su maestro, san Agustín, Gregorio Mendel, en la observación de la naturaleza y en la contemplación de su Autor, supo con un mismo salto juntar la búsqueda de la verdad con la certeza de ya conocerla en el Verbo creador”, concluye Juan Pablo II.