Pasar al contenido principal

¿Generosidad?

Cuenta Tagore la historia de un mendigo iba de puerta en puerta y un día vio aparecer a lo lejos del camino, acercándose, la carroza de un Rey... “Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes. Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos habían acabado. La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: ¿Puedes darme alguna cosa? ¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di. ¿Quien seria aquel rey de reyes? Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para darle todo!”

El otro día salió en clase la expresión “hay más alegría en dar que en recibir” y comentó uno de los alumnos en la reunión: “eso no está claro”. Ni mucho menos, pues en nuestra época se exaltan valores como el éxito y la riqueza, el “estado del bienestar” nos hace oídos sordos a las preocupaciones de la gente con menos recursos que nos rodea, aquí y en otros países. Pero intuimos que el tener sólo no basta para dar la felicidad, que el egoísta es un amargado. Como en la película de Orson Wells, “El ciudadano Kane”, quien no se da a los demás, se encuentra al final solo.

¿Qué es generosidad? Es dar limosna a un niño de la calle, invertir tiempo en obras de caridad, pero también escuchar al amigo que quiere abrir su corazón, en definitiva salir de uno mismo, dejar de estar “en-si-mismado” (metido en sí mismo) y pasar a estar “en-tu-siasmado” (volcado hacia el tú de los demás, salir de uno mismo, en “éxtasis”). No mirarse al espejo sino descubrir que lo importante de la vida no es el juego de intereses sino la entrega generosa, puesta de manifiesto en la amistad, el amor, la maternidad… “Cuando das sin esperar… hay un rayo de sol”, dice la canción “Más allá”. La generosidad es la expresión del amor, eso que no puede comprarse en ningún centro comercial, pero es la esencia de la vida, lo que de verdad ilumina el mundo. Quizá aparentemente “no sirve de nada”, pero cuando falta no queda nada que sirva.

Es virtud de las almas grandes, una apertura del corazón que sabe amar, donde no se busca más gratificación que en el dar y en el ayudar, eso en sí mismo satisface. “Mejor es dar que recibir”… (Hechos de los Apóstoles 20,25). Con su ejercicio, se ensancha el corazón pues el egoísmo empequeñece, y la capacidad de amor al aumentar da más juventud al alma.

No tengas miedo de dar y de darte, a Dios y a los demás. “No tengáis miedo”… es el lema que tan a menudo está recogido en la escritura y que Juan Pablo II ha repetido constantemente. Y es que a veces da vértigo esa virtud, porque compromete.

Generosidad es juzgar con comprensión; sonreír y hacer la vida agradable a los demás, aunque tengamos un mal día o esa persona nos caiga antipática; adelantarse en los pequeños servicios, “que no se nos caigan los anillos” al hacer algo que está “por debajo” de nuestra condición, pues para quien es generoso no hay arriba ni abajo, todo es ocasión de servir. Es aceptar a los otros como son, no como nos gustaría que fueran: “es que esto que hace me da dos patadas…”, hay quien dice a veces sobre el modo de ser de alguien; y podríamos replicarle: “¿qué podemos hacer, matarle?” –“¡no!” Pues eso, vamos a querer a los demás como son, y no querer sólo lo que nos gusta de los demás.

Una forma muy elevada de vivir la generosidad es comunicar la alegría de la fe; más que con palabras es con el ejemplo como se transmite la fe; cuando está vivida: con la cordialidad, hablando bien de todos, escuchando atentamente, con el don de la oportunidad y visión positiva, sobrenatural, de los acontecimientos… y haciendo favores. Qué bonito es oír a un compañero que nos dice: “gracias, por ti aprobé las matemáticas”. El facilitar la amistad a quien le cuesta coger confianza, y acercarse prudentemente; es la base humana de esas confidencias sobrenaturales, que abren horizontes a nuestra vida. Sobre todo, cuando tratamos a los demás viendo a Jesús en ellos, oyendo cómo el Señor nos dice “lo que hacéis con estos lo hacéis conmigo”.

La generosidad lleva así al mejor de los sacrificios, que es la misericordia, participar con los sentimientos de la miseria ajena para hacerla propia; y así la limosna es algo natural, como el amor a los pobres. Muchas veces son los más necesitados los que poseen ese don de la misericordia, como la viuda de Sarepta que viendo al profeta hambriento que fue a su puerta en medio de la sequía de un mal año, amasó el pan con la poca harina y el aceite que le quedaba; y no faltó más harina ni más aceite en aquella casa. Lo que damos, lo que ofrecemos, tiene intereses muy altos; cuando servimos experimentamos lo que decía Tagore: “dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Y al servir comprobé que el servicio era alegría”.