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Fundamentalismo laicista

 

 

El fundamentalismo laicista es radicalmente hostil a toda relevancia familiar, cultural y social de la religión y trata de imponer una forma enfermiza de filosofía estatal, agnóstica, con el fin de cortar las raíces culturales e históricas de continentes enteros. Afortunadamente, los mismos estamentos sociales –familias, academias, asociaciones, etc.- se oponen pacífica pero tenazmente a esa dictadura, y lucha para que se respete el derecho a la libertad religiosa, proclamada en el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. 

¿Escuela pública laica? Sólo en México y España se mantiene este debate. Toda Europa respeta simplemente ese derecho de los padres. Dicen que el espacio de la escuela pública debe ser “laico”, porque es pagado con dinero público. Argumentan estas mismas personas que la escuela no debe servir para el adoctrinamiento religioso.  

Vamos a aclarar en primer lugar que la escuela pública está sufragada con dinero público procedente de los impuestos de todos, tanto de no creyentes, como de personas creyentes. México, en su mayoría sigue siendo católico. 

La escuela pública es de todos, nadie puede apoderarse de su espacio para imponer su ideología política ni agnóstica, ni tan siquiera la religiosa, es de la sociedad en general y de la demanda de la sociedad.  

La Educación es un derecho sobre todo de los padres de familia, y ellos tienen el derecho a elegir para sus hijos la educación que deseen, y a que sus hijos reciban la formación religiosa conforme a sus convicciones religiosas, lo dice toda la legislación internacional. 

También se quiere argumentar sobre símbolos religiosos, y se dice que no deben estar en un espacio público. A nadie se le ocurriría ir a otra ciudad y exigir que retire la bandera de esa Comunidad por no compartirla o exigir al poder municipal que retire el escudo del lugar porque no se siente representado por él.  

Si observamos los países que están a la cabeza de la educación en Europa podemos observar que en todos existe la clase de religión, y  no desmerece por eso la educación. En 13 de éstos países es hasta obligatorio su estudio: Alemania, Austria, Dinamarca, Grecia, Luxemburgo, Malta, Noruega, Reino Unido, Rumania, Suecia, Suiza, Ucrania, sin olvidarnos de Finlandia.  

La religión es una de las constantes de la historia humana, con sus lógicas repercusiones sociales, por mucho que el laicismo se empeñe en silenciarlas. La fractura que se detecta en el país entre la práctica religiosa corriente y las elites culturales (universidad, política, arte y medios) es para admirarse. Los alardes por orillar lo religioso rayan, a veces, en lo grotesco.  

Después de una época en que el aspecto religioso fue proscrito de la escuela estatal, en los últimos tiempos se ha advertido que esto es una carencia cultural importante. En la Facultad de Filosofía y Letras e la UNAM; por ejemplo, los alumnos de Letras no entienden la Literatura del Siglo de Oro Español si el maestro no les explica la cosmovisión cristiana. 

Sin conocer el fenómeno religioso no se pueden entender con profundidad muchos temas. Por ejemplo, es imposible entender los derechos humanos y su interpretación sin conocer el contexto religioso de sus protagonistas. Con mayor razón en el arte, la literatura, la historia y la filosofía. Es imposible entender la historia del pensamiento filosófico, jurídico y económico occidental sin conocer algo sobre la teología protestante (en sus versiones luterana y calvinista), la católica, y la anglicana. 

“No se llega a conocer con profundidad a Kant, Hegel o Marx sin saber algo sobre el pensamiento de Lutero, o entender a Adam Smith o a Bush sin saber qué es el calvinismo. La misma historia de América entera, el arte, la arquitectura, la pintura, la música están teñidas de religiosidad. Hasta para juzgar de los actuales conflictos mundiales hace falta conocer otras religiones como la islámica con mayor profundidad”, dice María Elósegui Itxaso, profesora Titular de Filosofía del Derecho en la Universidad de Zaragoza. 

En México tenemos tan metido el positivismo y el laicismo, que se nos “paran los pelos” si un maestro universitario menciona a Dios en el aula; y este prejuicio con frecuencia no se percibe por los alumnos mismos sino que se ve como “normal”.

 

No reducir la laicidad a laicismo 

Juan Pablo II dijo, al Cuerpo Diplomático el 12 de enero del 2004: “Una laicidad bien entendida no debe confundirse con el laicismo (...). La laicidad es el respeto de todas las creencias por parte del Estado, que asegura el libre ejercicio de las actividades de culto, espirituales, culturales y caritativas de la comunidad de creyentes”. E laicismo, explicó, es cuando el Estado pretende ignorar esta dimensión, ya sea a nivel personal o comunitario. Una auténtica visión de la laicidad “no puede borrar las creencias personales y comunitarias (...). La libertad de culto no puede concebirse sin la libertad de practicar individual y colectivamente su religión, ni sin la libertad de la Iglesia”, subrayó. 

“La religión no puede reducirse únicamente a la esfera privada, pues se corre el riesgo de negar todo lo que tiene de colectivo en su vida propia y en las acciones sociales y caritativas que promueve en el mismo seno de la sociedad al servicio de todas las personas. 

La laicidad no es sinónimo de laicismo. El laicismo se opone a toda manifestación pública de las convicciones personales, por lo que restringe una dimensión importante del derecho de libertad religiosa, de pensamiento y de conciencia. El laicismo margina el cristianismo a la esfera de lo privado. Hoy, hay actitudes laicistas (negativas) que se presentan o pretenden identificarse como laicidad (positiva). 

La laicidad prohibe al Estado imponer una determinada creencia religiosa. Y el Estado, por su parte, debe garantizar el derecho de los gobernados a manifestar públicamente sus creencias si así les parece. 

Arnold Toynbee establece la diferencia entre progreso técnico-material, y el verdadero progreso, que él define como espiritualización. Acepta que mundo occidental se encuentra en una crisis, cuyas causas descubre en la apostasía de la religión para rendir culto a la técnica, a la nación y al militarismo. En última instancia, la crisis tiene para él un nombre: secularización. Si se conoce la causa de la crisis, también se puede indicar el camino hacia la curación: hay que regresar al momento religioso, que para él comprende la herencia de todas las culturas, pero especialmente «lo que ha quedado del Cristianismo occidental».