Orar es algo sencillo. Tener fe no lo es tanto. ¿Quién no ha tenido en algún momento de su existencia dudas de su fe?
Desde hace miles de años cientos de hombres y mujeres han tenido épocas de incertidumbre, de soledad y desesperanza. Y que decir de las “noches oscuras” que han acompañado a numerosos santos a lo largo de la historia de la Iglesia.
Aun así, me parece que en esta era de la tecnología tener fe es todavía más complicado pues para eso uno tiene que darse tiempo para el silencio y la oración; y así, poco a poco, formar y arraigar en la mente esa convicción y certeza de que no estamos solos, que hay un Ser Supremo que conduce nuestras vidas.
Hay un poeta romano, Carlos Alberto Salustri (mejor conocido como Trilussa) que describe la fe como estar perdido una noche en el bosque y encontrarse con una viejecilla ciega que te dice: “Si no sabes el camino, te acompañaré yo que lo conozco”. A lo que el hombre perdido responde: “Me sorprende que me pueda guiar quien ni siquiera ve”. Pero la viejecilla insiste, lo toma de la mano y le dice: “Camina”. Esa es la fe, explica el poeta.
Albino Lucciani (Juan Pablo I) cuestiona a Trilussa en su libro “Ilustrísimos señores”, y le replica que el viaje de la fe se nos revela no como una simple caminata por los senderos del bosque, sino “como un viaje a veces difícil, en ocasiones dramático y siempre misterioso”.
En el drama humano de la fe, señala Albino Lucciani, se da un elemento misterioso: la intervención de Dios.
Es ahí a donde vamos, al meollo del asunto: ¿cómo actúa Dios en la vida de cada persona, matrimonio, familia, sacerdote o congregación religiosa?
Lo anterior lo reflexioné al terminar de leer el comunicado de la visita Apostólica a los Legionarios de Cristo.
Y es que durante la intervención que el Vaticano hizo a la Legión se descubrió ¡una intervención muy anterior a esta!
Me refiero, precisamente, a la intervención de Dios en la vida de gran parte de los sacerdotes y consagradas que ingresaron a la Legión por su llamado, para seguirlo a El.
Y es que así como los visitadores atestiguaron los comportamientos tan reprobables e impropios de un sacerdote, y más aún del fundador de una congregación, también dieron fe de “un gran número de religiosos ejemplares, honestos, llenos de talento, muchos de los cuales jóvenes, que buscan a Cristo con celo auténtico y que ofrecen toda su existencia a la difusión del Reino de Dios”.
Por todo eso y más, el reciente comunicado les hizo saber a los Legionarios que Benedicto XVI no los dejará solos.
“El Santo Padre quiere asegurar a todos los Legionarios de Cristo y a los miembros del Regnum Christi que no se quedarán solos: la Iglesia tiene la firme voluntad de acompañarlos y de ayudarles en el camino de purificación que les espera”.
Volviendo al asunto de la fe, valdría la pena agregar que Albino Lucciani también explica la intervención de Dios en el corazón de las personas, como cuando a un enfermo le ponen en la mano la medicina y le dicen “¡tómala!” Depende sólo de él, de su cooperación libre y decidida tomar o no la medicina.
“La intervención de Dios tiene la fuerza pero no pretende forzar”, escribió Juan Pablo I.
No cabe duda que si hoy existen cientos de legionarios y consagradas fieles a Cristo y a su Iglesia es porque ellos y ellas mismas así lo decidieron.
Y asumir un compromiso en la vida implica, lo saben, afrontar las pruebas y dificultades que puedan surgir en el camino. Esto es parte también de la vida de la fe. Pruebas leves y no tan leves; difíciles e incluso dramáticas como la que hoy pasa la Legión de Cristo.
Esto último nos lleva de nuevo al misterio, a ese gran misterio que también somos el hombre y la mujer, quienes a simple vista podríamos parecer frágiles y quebradizos y, sin embargo, somos capaces -a la hora de la verdad- de dar el gran salto hacia el coraje y la perseverancia. Y así dejar, al paso por este mundo, elocuentes testimonios de fe y de fidelidad incluso en los momentos más adversos, oscuros y dolorosos de nuestra existencia.