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¿Estamos preparados?

Vengo de celebrar la Misa del XV aniversario del grupo de Rescate Urbano de la Cruz Roja y curiosamente, en esta misma semana hice lo mismo en la central del Cuerpo de Bomberos. La verdad es que me hace ilusión encontrarme con tanta gente que dedica muchas horas, muchos esfuerzos, y a veces hasta la misma vida, en servicio de los demás, y en concreto de quienes se encuentran en peligro.

Me viene a le memoria la historia que algunas vez escuché de una pequeñita gravemente enferma de un padecimiento que curiosamente había sufrido su hermano menor -a la sazón de cinco años- pero la diferencia estaba en que el niño había superado la enfermedad, y la niña cada vez se encontraba peor. Los especialistas vieron conveniente hacer una trasfusión de sangre, pues suponían que el niño había desarrollado los anticuerpos necesarios.

Los papás, y un doctor, hablaron con el niño y le explicaron la situación para pedirle que colaborara, y él aceptó sin protestar. Después de unos minutos, y en medio del procedimiento de donación de sangre, el pequeño le dijo al médico: Oye, doctor: ¿yo me voy a empezar a morir en este momento?

Está claro: aquel niño entendió que le sacarían toda la sangre para dársela a su hermana, y él aceptó morir para salvarla. Ante este tipo de experiencias habremos de preguntarnos: ¿Hasta donde estoy yo dispuesto a llegar por hacerles la vida agradable a los demás?

Como se puede ver el heroísmo podemos encontrarlo en los niños y en los adultos, no depende de una educación académica determinada, pues su raíz se hunde más bien en el buen uso de la libertad, aunque es justo señalar que la educación para formar héroes se suele cultivar en el ejemplo que dan los padres a sus hijos.

Cuánto heroísmo silencioso vive, por ejemplo, dentro de los muros de millones de casas en el mundo entero, donde la madre de familia se pasa todo el día atareada para que su marido y sus hijos puedan salir a trabajar y estudiar, y que importante es que toda la familia sea consiente de ello para que -entre otras cosas- se pueda favorecer que la señora de la casa tenga también la oportunidad de desarrollarse, de aprender, de descansar y divertirse. Pues como diría un amigo mío: “Está bueno el encaje, pero no tan ancho”.

Por otra parte me venía a la mente que, aquel trabajo que solemos desempeñar en todo tipo de labores, tendrá que ser realizado por otros cuando nosotros ya no podamos, o no queramos hacerlo. Una labor profesional o técnica podrá quedar terminada en un momento dado, y casi siempre se podrá mejorar, pero no podemos afirmar lo mismo cuando hablamos de la educación de los hijos.

¿Quién puede decir que ha educado perfectamente a sus retoños y los ha preparado para que sean a su vez los mejores esposos y educadores de sus propios hijos? Y aquí me gustaría unir el tema de quienes trabajan en las labores de rescate, con el de los padres cuya principal labor consiste en la educación de sus hijos. Varias veces he escuchado a gente experta en rescatismo decir que hoy en día no vale el heroísmo improvisado, de quien seguramente perderá la vida al tratar de ayudar en un accidente, por no contar con la preparación, ni el equipo necesarios.

Pienso que algo parecido se puede decir de quienes tiene la misión de educar dentro y fuera del hogar. No vale dejar la educación de los hijos a los impulsos improvisados de cada momento. Hoy más que nunca, hay que prepararse, pues darle la vida a un ser humano sin educarlo como persona es una grave injusticia.