Los enemigos de la Iglesia, entre ellos nuestros jacobinos dinosáuricos, festinan con bombo y platillo lo que, para ellos, es una gran crisis en la Iglesia y el derrumbamiento de la misma. Uno de ellos, de filiación priísta, acaba de escribir hace unos días que “vive la Iglesia católica sus horas más bajas en el orbe entero”; “la Iglesia católica vive un desastre moral, pastoral, catequético. De esta manera se pone en evidencia su debilidad creciente”. Y seguramente, como patrocinador que es de las reformas constitucionales para institucionalizar el Estado laico mexicano, se frota las manos con singular regocijo. Por su pluma, sin duda, se expresa un buen número de masones que siempre han buscado la forma de arrinconar, si no es que acabar, con la fe de los católicos mexicanos.
Seguramente éste y otros jacobinos que tienen abiertas las tribunas de los medios mexicanos, consideran que los escándalos de algunos clérigos ponen a la Iglesia en jaque y, con ello, se inicia una desbandada. También culpan al Papa Benedicto XVI, a quien pretenden minimizar refiriéndose a él por su apellido “Rátzinger”, por ser el “antiguo jefe de la integrista y represora Congregación de la Fe (Santo Oficio)” y tener obsesionada a la Iglesia “por la idea de malversar los avances conseguidos en el Concilio Vaticano II”, pues el actual Papa –dicen ex cátedra- “contradice y adultera las herencias reformadoras de sus antecesores Juan XXIII y Paulo VI. Ahora resulta que los masones son quienes nos van a enseñar cuál es la ortodoxia en la Iglesia.
Para quienes tocan campanas al vuelo, anunciando una vez más –pues no es la primera vez que eso ocurre en la historia- el fin y decadencia de la Iglesia, a partir de no sé qué encuestas y estudios. Me parece que tales triunfalismos son prematuros y acusan más deseos que realidades.
Ciertamente los escándalos dados a la luz últimamente han provocado vergüenza, tristeza y decepción a muchos acerca de las personas de algunos sacerdotes. Pero para los creyentes eso no es motivo de escándalo. Sabemos claramente que la Iglesia está formada por pecadores y no son excepción de esta condición los prelados, por más alta jerarquía que tengan. Escándalos de este tipo, donde las personas manifiestan la contradicción contra las enseñanzas de Cristo, no son nuevos en la historia de la Iglesia. Son tantos, que hoy podemos repetir, haciendo eco al Papa Benedicto XVI cuando habló de que la mayor persecución a la Iglesia nace del pecado en su seno, que si los católicos no hemos podido acabar con la Iglesia, menos lo podrán hacer los que están fuera.
Prueba de que la Iglesia ni está pasmada, ni asustada, ni decepcionada, fue el viaje del Papa a Fátima, donde estuvo acompañado por miles de fieles; también lo fue su retorno a Roma, donde la Plaza de San Pedro acogió a cerca de 150 mil personas, sin que hubiera una festividad especial ese día, que acudieron con el solo propósito de manifestar su fe en Cristo, en la Iglesia y su apoyo al Papa. Quienes desde los medios pronostican una diáspora eclesial, se vuelven a equivocar.
Y aunque la Iglesia no anda en busca de popularidad e, incluso, es criticada porque no cede a los “ídolos de la tribu” que quieren que abandone sus principios doctrinales y morales, sabiendo que no es fácil cumplirlos y lo fácil es no hacerlo, habría que recordarles a sus enemigos que de acuerdo con la Evaluación Nacional de Confianza en las Instituciones de Consulta Mitofsky en enero de este año reveló que la institución de mayor confianza en el país es la Iglesia Católica. El 41 por ciento de los encuestados tienen confianza alta en la Iglesia y sólo el 13 tienen poca o nada ( y ésta es una constante a través del tiempo). Y para entonces ya habían detonado los escándalos.
No podemos decir lo mismo de los partidos políticos en general, de los cuales provienen esas vociferaciones contra la Iglesia. Aquí la constante es inversa, pues el 36 por ciento de los encuestados tienen poca o nada de confianza en ellos, y sólo el 6 por ciento les tiene mucha confianza. ¿Quién entonces está en la debacle? No me alegro por ello, pues la política debería ser altamente apreciada como el ejercicio supremo de la caridad, como dijo el Papa Pío XII. Pero parece que quienes forman parte de ello están muy lejos de la confianza que se tiene en la Iglesia.