El momento más dramático del libro (y de la película) de “Harry Potter y la piedra filosofal” es la sorpresa de Harry cuando descubre que el profesor “bueno” de la escuela de brujas, Quirrell, está aliado con Voldemort, el mago de la maldad. Harry no puede creer que un maestro sencillo, amable, educado, se haya convertido en un traidor al servicio del enemigo. Ante un espejo mágico, Quirrell explica por qué se ha pasado al lado del mal: “Yo era un joven tonto, lleno de ideas ridículas sobre el bien y el mal. Lord Voldemort me demostró lo equivocado que estaba. No hay ni bien ni mal, sólo hay poder y personas demasiado débiles para buscarlo...”
En el mundo de la bioética hay personas que piensan como el Quirrell de Harry Potter: no hay ni bien ni mal, sino sólo poder. Un ejemplo bastante claro lo encontramos en el debate reciente para ver qué podemos hacer con los embriones que “sobran”.
Las técnicas de fecundación artificial que recurren a la fecundación fuera del cuerpo de la madre (de modo especial, la FIVET) trabajan actualmente con varios óvulos a la vez, para conseguir así un mayor número de embriones que poder transferir a la mujer, de forma que queden otros embriones para congelar como “material” de reserva. En este modo de trabajo se nota la mentalidad típica de Quirrell, pues una clínica de reproducción artificial no se preocupa por la moralidad de la técnica (no hay bien ni mal) sino por el resultado. A mejores resultados, más poder, más éxito, más padres felices (algo de “altruismo” hay) y más dinero para la clínica...
Los que son demasiado débiles para protestar, los embriones, no pueden hablar. Son tratados como un número. El afortunado que sigue adelante, si no tiene defectos genéticos, gozará seguramente del amor de sus padres. Pero el modo de su concepción no respeta el principio ético que nos dice que nunca podemos arriesgar la vida de seres humanos para satisfacer un deseo personal (incluso el deseo de la paternidad y de la maternidad). A la vez, el que se congelen vidas humanas “de reserva” nos da a entender lo injusta que puede ser la técnica cuando se olvida del bien y del mal.
Cuando el primer intento de fecundación ha funcionado bien (es decir, si ya ha nacido un niño sano), es posible que la pareja no quiera asumir ninguna responsabilidad sobre los otros “hijos” (hay que llamarles por su nombre) que “sobran”. ¿Qué hacer con estos embriones “supernumerarios” o “sobrantes”, como son llamados en algunos artículos científicos sobre reproducción artificial?
Las soluciones posibles (posible y posibilidad derivan de la misma raíz que la palabra “poder”) son muchas. Podemos darlos en adopción, podemos venderlos, podemos destruirlos, podemos dejarlos morir, podemos usarlos para la experimentación. Si no hay ni bien ni mal todo es posible, aunque es necesario recordar que sin dinero algunas posibilidades no se pueden llevar a cabo...
Algunos desean que esos embriones sobrantes puedan ser usados para la experimentación. Puesto que la experimentación necesita mucho dinero, está claro que quienes defienden esta alternativa o tienen el dinero o quieren conseguirlo. Nos encontramos así, otra vez, con el “poder”. Si, además, los que tienen el dinero (grupos farmacéuticos o grupos de investigadores financiados con dinero público o privado) pueden entrar con facilidad en los medios de comunicación social, será posible crear toda una mentalidad a favor de la experimentación con embriones. La ética queda allí, en una esquina, como la pobre de la casa, o como esos perros a los que se les ha golpeado tanto que ya no se atreven ni a ladrar.
El poder es capaz de movilizar incluso a personas necesitadas o enfermas para que pidan, para que supliquen, que se experimente con esos embriones. El presidente de uno de los grupos de diabéticos de España, por ejemplo, ha pedido al gobierno español que permita la experimentación con esos embriones para ver si así se podrían encontrar caminos de curación para la diabetes. Alguno tal vez piense que aquí no hay una mentalidad de “poderosos” (el enfermo es siempre débil), pero si uno recapacita tiene que reconocer que sí: el poder está no en la cantidad de dinero o de salud que uno tiene (lo cual importa mucho) sino en los modos para presionar y conseguir lo que uno desea por encima de cualquier principio ético.
Decir que los embriones deben ser defendidos es visto por algunos como una obstrucción al “poder” de la investigación. Con una mentalidad así, esperemos que algún día no se llegue a decir que defender a los niños pequeños de cualquier abuso de los científicos va contra el progreso de la medicina...
Es cierto, sí, que entre un embrión congelado y un niño la diferencia es enorme si nos fijamos en el color del pelo o en la forma de las manos. El pobre embrión tiene apenas unas pocas células mientras que el niño juega y ríe con la ayuda de millones de millones de células. Pero el problema no está en tener más o menos células sino en lo que uno es. Si el embrión no es un ser humano, ¿qué es? Resultaría extraño que de un ser no humano surgiese, con el paso del tiempo, un ser humano, o que los padres fuesen padres de embriones subhumanos que luego se convierten en seres humanos...
Pero la verdad no interesa al que busca sólo el poder. Además de negar que exista el bien o el mal, hay que crear confusión y decir que no hay verdad ni mentira, que la ciencia tiene muchos puntos de vista, que está todo muy confuso. A río revuelto, ganancia de pescadores. Mientras, en silencio, continúa la injusticia de esos laboratorios, muy poderosos, con miles de embriones congelados y disponibles para muchas opciones. Basta con conseguir el permiso de las autoridades públicas. El dinero llegará. Y muchos cerrarán los ojos ante una nueva injusticia, como los cerraron en otros tiempos del pasado. Sólo que la historia no perdona, y algún día los nuevos Voldemort serán juzgados, si no por los hombres, al menos por Dios y por su conciencia.