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El secreto de las almas del Purgatorio

       
María Simma tiene 83 años, vive en Sonntag (Alemania); es una campesina que desde su niñez reza mucho por las almas del Purgatorio. Cuando tenía 25 años fue favorecida por un carisma muy particular en la Iglesia, muy raro también, el carisma de ser visitada por las almas del Purgatorio. La primera vez que fue visitada por un alma del Purgatorio fue en 1940. Una noche, alrededor de las 3 de la madrugada, oyó que alguien entraba en su habitación. Vio a un hombre pero no pudo agarrarlo, atrapó aire. Ella lo contó a su director espiritual, el cual le dijo que le preguntara lo que quería. A la noche siguiente, el hombre regresó, reconoció que era definitivamente el mismo. 
Ella le preguntó: 
-“¿Qué quiere usted de mí?”. 
El respondió: 
-“Mande celebrar tres Misas por mí y seré liberado”.
Entendió que se trataba de un alma del Purgatorio. Su padre espiritual se lo confirmó y le aconsejó que nunca las rechazara, sino que aceptara con generosidad cualquier cosa que pidieran de ella. Las visitas continuaron. María relata que la mayoría pide que se celebren Misas por ellas y que esté presente en ellas; también piden que se rece el Rosario y el Via Crucis.
Ningún alma querría volver del Purgatorio a la tierra: Aún cuando allá el sufrimiento es terrible, sin embargo, existe la certeza de vivir para siempre con Dios. No quieren volver a la tierra, donde nunca estamos seguros de nada.
Los pecados que llevan al Purgatorio son los pecados contra la caridad, la dureza de corazón, la hostilidad, la maledicencia, la calumnia, rehusarse a la reconciliación... La persona que desaprovecha sus sufrimientos, al morir ve lo mucho que pudo haber ganado –para el bien de ella y de otros, por la comunión de los santos-, llevándolos bien.
Muchas veces María Simma ha sido invitada a sufrir por las ánimas benditas del Purgatorio. Ella lo relata así: La primera vez un alma me preguntó si no me importaría sufrir por ella tres horas en mi cuerpo para que ella pudiera salir del Purgatorio. Le dije que sí y tuve la impresión de que eso había durado tres días porque fue muy doloroso. Esa alma me dijo que por haber aceptado con amor ese sufrimiento de tres horas, ¡le había ahorrado 20 años de Purgatorio! porque el sufrimiento en la tierra tiene un valor distinto.
Todo esto es alentador porque confiere un significado extraordinario a nuestros sufrimientos, aún los sacrificios más pequeños pueden tener un poder inusitado para ayudar a las almas.
Lo mejor que podemos hacer, dice María Simma, es unir nuestros sufrimientos a los de Jesús, poniéndolos en manos de María Santísima. Contemplar los sufrimientos del Señor en el Via Crucis ayuda a odiar el pecado y desear la salvación de todas las personas, y esto da alivio a las almas del Purgatorio. Por medio del Rosario, muchas almas salen del Purgatorio. Las indulgencias tienen también un valor inestimable para ellas.
Las almas del Purgatorio no pueden ya hacer nada en favor de sí mismas porque al momento de la muerte, el tiempo de ganar méritos se termina. Si los vivos no rezan por ellas, quedan abandonadas. Cada uno de nosotros tiene el inmenso poder de aliviarlas. Mientras estamos vivos podemos reparar el mal que hagamos hecho. Pero a menudo el sufrimiento nos lleva a rebelarnos.
Los sufrimientos son la prueba más grande del amor de Dios. Debemos acogerlos como un don y entregarlo a Nuestra Señora. Ella es quien sabe mejor quien necesita tal o cual ofrenda para salvarse. Los sufrimientos soportados con paciencia salvan más almas que la oración, dice María; pero la oración nos ayuda a soportar nuestros sufrimientos.
En el Purgatorio hay diferentes grados de dolor. Cada alma tiene un sufrimiento único. Los Ángeles custodios les proporcionan consuelo.
-Si una persona sufre demasiado y desea morir, ¿qué puede hacer?, le preguntaron a María Simma. 
Contestó:
-Sí, esto es muy frecuente. Yo diría: “Dios mío, puedo ofrecer este sufrimiento para salvar almas”. Esto nos da una fe renovada y valor. Al hacerlo así, el alma gana gran bienaventuranza, una gran felicidad para el Cielo. En el Cielo hay miles de tipos y grados de felicidad; para cada alma es una felicidad plena. Cada uno sabe que no merecía más. La soberbia conduce al infierno. El infierno es obstinarse en decirle “no” a Dios. Nuestra oración puede suscitar un acto de humildad en los moribundos, un solo instante de humildad puede evitarles el infierno. El sufrimiento soportado con paciencia, tiene para el alma un valor infinito. Se tiene el deber de aliviar los grandes sufrimientos, pero no el derecho de acortar la vida con medios químicos.
Le preguntaron a María:
-¿Qué piensa de las prácticas de espiritismo, invocar a los espíritus de los difuntos, las tablas de ouija, etc.?
-Eso es siempre malo. Es el demonio quien hace que la tabla se mueva. No está permitido invocar a los difuntos. En el espiritismo, si hay respuesta, es siempre y sin excepción, Satanás y sus ángeles caídos. Las personas que practican el espiritismo (adivinadores, brujas, etc.) están haciendo algo muy peligroso contra ellas mismas y contra quienes van a consultarlos. Están sumidas hasta el cuello en mentiras. Está estrictamente prohibido por Dios invocar a los muertos. Satanás puede imitar todo lo que viene de Dios. Él puede imitar la voz y la apariencia de los muertos; una manifestación de este tipo siempre proviene del Maligno. Satanás incluso puede sanar, pero esas curaciones nunca duran.
Hemos de acoger con amor y gratitud este regalo de las pruebas. San Juan de la Cruz dice que la Providencia provee a cada hombre de la purificación necesaria a fin de permitirnos entrar directamente al Cielo a la hora de la muerte. Mientras estamos en la tierra podemos hacer crecer cada minuto nuestro amor. Valoremos cualquier oportunidad de ser tan bellos como Dios nos desea ya en su presencia. ¡Si viéramos a toda luz el esplendor de un alma pura, gritaríamos de emoción y de alegría! El alma humana es espléndida delante de Dios.
Los santos no son almas sin faltas, sino aquellas que se levantan una y otra vez después de cada caída y piden perdón. Cada hora, cada segundo de nuestra vida tiene un peso de eternidad.