No podían faltar, como es natural, las naturales reacciones y críticas en algunos medios a la intervención homilética, en la catedral compostelana, del arzobispo de Santiago ante el Rey y el Presidente del Gobierno, en el día del Apóstol.
Se le tacha a monseñor Julián Barrios, entre otras cosas, de inoportuno en el modo, lugar y tiempo, al criticar en su homilía los matrimonio gays y apostar “por el matrimonio heterosexual, cuya quiebra supone la quiebra de la sociedad”.
Los que más proclaman el derecho a la libertad de expresión, parece se la niegan a un obispo en su propia sede y en función y mandato de aparecer siempre y en toda ocasión como maestro y pastor de su grey. No ha hecho nada más el prelado que cumplir “oportune et importune” con su deber magisterial de corregir y orientar a los creyentes.
Es más, añadiría que se quedó corto al no aludir, contestando al recuerdo del Rey por las víctimas del 11 M “para trabajar unidos para erradicar la barbarie terrorista”de otros miles de víctimas del terrorismo blanco y legal, pero no menos bárbaro. El aborto.
Siguiendo el ejemplo de los apóstoles, los pastores de la Iglesia, pese a quien pese, han de proclamar el respeto y obediencia de todos a la santa Ley de Dios.
”. Y sólo entonces podremos seguir el consejo de san Pablo: “buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. ¡Todo lo demás es humo, ceniza, nada!