En el año de 2005 se celebró el Sínodo de los Obispos sobre la Santísima Eucaristía. Al igual que sucede siempre en todos los sínodos, los Obispos participantes concluyen sus trabajos poniendo en manos del Papa una serie de propuestas o “proposiciones” que luego él libremente asume, elaborando un documento pontificio que lleva el nombre de “Exhortación Apostólica Postsinodal”. Fruto del Sínodo sobre la Eucaristía, el Papa Benedicto XVI emitió la Exhortación que lleva por título “EL SACRAMENTO DEL AMOR”.
Me parece de gran importancia que el Pueblo de Dios en general conozca algunas de las enseñanzas y disposiciones pontificias referentes a las características propias de la Celebración Eucarística. Me propongo ofrecer algunas catequesis inspiradas en este documento para que mejor valoremos y vivamos este acto central de nuestra fe católica.
EL RECTO ARTE DE LA CELEBRACIÓN.
La Exhortación apostólica nos señala que no debe haber ninguna separación entre el arte de celebrar rectamente y la plena, activa y fructuosa participación de todos los fieles (Cfr. No. 38). En esta afirmación se contiene un principio rector que debería conducir los esfuerzos por lograr una cada vez más digna celebración eucarística.
No será la arbitrariedad, la improvisación, el subjetivismo, lo que nos llevará a una más viva celebración de los sagrados misterios. “El arte de celebrar proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura, desde hace dos mil años, la vida de fe de los creyentes” (No. 38).
En el momento de la celebración estamos realizando una acción de la Iglesia, no es un acto que corresponda a la inventiva particular de la comunidad que celebra o al ministro que preside. No puede quedar al arbitrio de las emociones, o a proyecciones pastorales, inventar formas de celebración que están en abierta contradicción con las normas litúrgicas emanadas por la legítima autoridad. Podríamos ejemplificar: es reprobable cambiar las lecturas bíblicas en la Misa para sustituirlas por escritos de autores piadosos, aunque sean de gran calidad espiritual o literaria. De igual manera nunca se justificará inventar plegarias eucarísticas (Canon) o suprimir partes de las que están aprobadas, supuestamente para acortar el tiempo de la celebración, etc…
Es evidente que la conducción del arte de la celebración corresponde de manera principal e imprescindible a los que hemos recibido el sacramento del Orden, obispos, sacerdotes y diáconos que debemos considerar la celebración litúrgica como nuestro deber principal.
No es la pura observación de las normas lo que dignificará la forma de celebrar; lo verdaderamente central es el espíritu de fe y devoción con que todo el pueblo de Dios vive y participa en los sagrados misterios, pero, por su condición de acción eclesial, no pueden desconocerse o despreciarse las disposiciones de las autoridades competentes o las exigencias que forman parte de la misma naturaleza del acto litúrgico.
El documento pontificio señala la responsabilidad del Obispo diocesano en esta materia: “En efecto, él, como primer dispensador de los misterios de Dios en la Iglesia particular a él confiada, es el guía, el promotor y custodio de toda la vida litúrgica… La comunión con el Obispo es la condición para que toda celebración sea legítima y además el Obispo es el liturgo por excelencia en su propia iglesia” (No. 39). No puede haber templos exentos de la observancia y respeto a las disposiciones de la autoridad universal y de la iglesia particular. Estas afirmaciones no están en contradicción con la legítima adaptación a las condiciones de la asamblea: si es para niños, para jóvenes, para personas mayores, para ancianos o enfermos. No se oponen a la selección de cantos apropiados a la cultura de los participantes, siempre dentro de los criterios de dignidad y decoro del canto sagrado y de los instrumentos que lo acompañan.
En las siguientes catequesis iremos tocando aspectos más particulares, siempre conducidos por el afán de poner gran atención para que la acción litúrgica resplandezca según su propia naturaleza.