No hace falta ser un zahorí en arte diplomático para apreciar el gesto oportuno que el Príncipe de Asturias, como cercana figura y representante del Estado español, ha realizado en su visita a Guipúzcoa, con ocasión del 5º Centenario del nacimiento de Legazpi.
A nadie se le oculta el valor simbólico, real y mediador de esta actitud de la Corona, para servir de distensión entre las tiranteces surgidas, en el campo político, por parte del Gobierno central y el Plan Ibarreche.
Puede y debería ser mucho más que un gesto protocolario, que marcase un hito de normalidad entre dos partes de una misma realidad histórica que es España y el país vasco.
Buen servicio ha prestado el joven príncipe, casi en vísperas de su anunciado enlace matrimonial, a la unión afectiva y efectiva y a la convivencia pacífica, entre todos los españoles.
Ojalá que este evento integrador signifique, como la generalidad del pueblo español desea, el cese de las tendencias centrífugas disgregadoras y el comienzo de una época de comprensión y entendimiento entre todos. Sería el mejor regalo deseado por la Corona en la fecha histórica de la boda del Príncipe de Asturias.