Vivimos en un mundo pluralista. Vestimos de modos diferentes y comemos según los gustos de cada uno. Discutimos acaloradamente de política o de fútbol, de cine o de economía, porque no todos pensamos lo mismo. La pregunta que podemos hacernos es esta: ¿es lícito todo pluralismo? ¿O hay pluralismos aceptables y otros inaceptables?
El pluralismo es un dato característico de la vida humana. Siempre se han encontrado y se encontrarán distintos puntos de vista, opiniones opuestas, banderas diferentes. En la familia, mientras mamá propone comer temprano, papá dice que es mejor comer más tarde, y cada uno de los niños tiene una opinión diferente. Luego, lo que se haga al final, es otro cantar... En el trabajo, hay quienes nunca están de acuerdo con el jefe, quienes siempre se someten como mansos corderos, y quienes, sin oponerse ni decir nada, hacen luego lo que quieren. Si miramos a la política, es panorama se hace sumamente complejo.
Uno puede preguntar si el pluralismo sea un valor o un defecto. En las matemáticas, por ejemplo, hay muy poco pluralismo. Dos y dos son cuatro, y casi nadie discute esto. Por eso se habla de las matemáticas como “ciencia exacta”. En medicina, las discusiones y diferencias entre los médicos son más notables. Ante mi dolor de cabeza, un médico me dice que es algo sin importancia y me recomienda algunas aspirinas; otro se preocupa y me cita para hacer un encefalograma al día siguiente; otro no sabe qué pensar y prefiere esperar algunos días para ver cómo evoluciona la situación. Este “pluralismo”, sin embargo, nos deja inquietos: nos gustaría que los tres médicos estuviesen de acuerdo, que hubiesen acertado en lo que se refiere a nuestra enfermedad. Es decir, nos gustaría que fuese evidente la verdad, de forma que no hubiese espacio a un “pluralismo” que nace de la incapacidad de comprender algo tan sencillo (o tan complejo) como el síntoma de un paciente...
El ejemplo de la medicina nos ayuda a comprender una causa del pluralismo: el que no siempre llegamos a la verdad de las cosas. Pero ésta no es la única causa. Pensemos, por ejemplo, en un médico que quiera practicar un cierto tipo de operación, y que “invente” enfermedades en sus pacientes para poder probar sobre ellos... Algo parecido pasa en el mundo del periodismo: un mismo discurso de un político es presentado no sólo bajo distintos puntos de vista (cada quien ha visto al orador desde un lugar diferente), sino que a veces queda tan manipulado que se le ha hecho decir lo contrario de lo que dijo. Esto ocurre cuando el periodista tiene un interés concreto en sacar un artículo de un modo y no de otro.
Hay más causas del pluralismo. Pensemos, por ejemplo, en los divertidos y simpáticos errores que se producen cuando se transmite un mensaje a otros. La frase “el presidente de Corea ha comprado un avión de guerra a los Estados Unidos” puede convertirse, después de pasar por diversos oídos no atentos, en esta otra: “el señor presidente aterrizó en Estados Unidos para hablar de la guerra de Corea”. Lo peor del caso es que quizá el que recibió por último el mensaje está tan convencido de la verdad de lo que dice que, si le intentamos corregir, nos acusará de “dogmáticos” y de atentar contra el derecho a la libertad de pensamiento y de expresión...
Desde luego, querer suprimir los errores y las imprecisiones con un golpe de tinta es algo así como querer vacunar, una por una, todas las abejas de una colmena... La oscuridad de muchos temas, los malentendidos más o menos simpáticos, y algunas manipulaciones y engaños realmente malévolos, llevan a los hombres a vivir en un pluralismo casi inevitable. Hay que decir “casi” porque, ante la evidencia de los hechos, es “posible” llegar a poner de acuerdo a un grupo pluralista de discutidores. Es “posible”, aunque no “seguro”, porque siempre queda la libertad de quien no quiera reconocer ni siquiera lo que es evidente. En este caso, habrá que respetar a quien no es capaz de ver la realidad. Pero no le permitiremos que use alguno de sus errores (culpable o no) para perjudicar a ningún ser humano, simplemente porque opine que él tiene el “derecho” de hacerlo cuando le plazca.
El fundamento de las leyes y el derecho de un pueblo civilizado no es, simplemente, el pluralismo, sino la búsqueda de los principios verdaderos que llevan a una buena regulación de la vida social. Una ley que sólo quiera contentar todas las opiniones que existan y puedan existir es, simplemente, una no ley: no puede mandar nada, pues en esa sociedad podrían vivir (o destruirse mutuamente) racistas como Hitler y mafiosos como Al Capone. El pluralismo llevado a su máxima radicalización no es capaz de legitimar el respeto a nadie. La verdadera ley, en cambio, busca lo que sea justo, aunque no agrade a todos, aunque tenga que perseguir a ladrones y a criminales, a racistas y a violadores.
El pluralismo democrático tiene validez sólo para aquellas elecciones y modos de vivir que no dañen la dignidad de ningún hombre o mujer. Esto implica aceptar como no discutible, no sometido al “pluralismo”, esa dignidad. Algunos podrán rechazarla y pretenderán asesinar, abortar o mutilar a otros. Pero aquí, por encima del pluralismo, hay que defender la verdad ética, esa que no cambia aunque cambien las opiniones y las proclamas políticas, los gobiernos y los sindicatos.
Conviene no olvidar que cada hombre vale porque es hombre. Un pluralismo sobre este punto sólo es señal de debilidad y de fracaso, de incapacidad intelectual o de mala voluntad. La defensa del hombre, de cada hombre, de todo el hombre, será la señal segura de que un pueblo vive con valores y principios que valen en cuanto verdaderamente justos. Sólo una visión ética correcta (por lo tanto, indiscutible, incluso desde el punto de vista legal) puede garantizar el respeto de todos. También de quien se equivoque en las mil discusiones de todos los días, y que vale, como hombre digno, a pesar de un error.
El error es capaz de asesinar o dañar a muchos. La verdad es capaz de reconocer el valor humano incluso de un asesino. El pluralismo puro no puede ser, por lo tanto, la base de ninguna democracia. Una democracia será realmente “democrática” si se basa en aquellas verdades que fundan y permiten proteger la dignidad de cada ser humano. Unas verdades que nadie debería poner en discusión...