Sería pretensioso querer sintetizar el riquísimo contenido magisterial del mensaje de Benedicto XVI en su reciente viaje a los Estados Unidos. Incluso hacer una presentación exhaustiva de su discurso ante la ONU va más allá de lo que ambiciona este breve espacio editorial. Más bien pretendo espigar algunos párrafos de su discurso a la ONU, en el contexto de los 60 años de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre -que se cumplen este año-, que me parecen especialmente relevantes en el presente contexto cultural.
Parecería un anacronismo pretender defender la libertad religiosa en pleno siglo XXI, y sin embargo este es uno de los temas que aborda el Papa, si bien con un matiz particular: defender el derecho del individuo a no prescindir de sus convicciones religiosas al intervenir en la vida pública de su país, porque estas pueden representar una aportación valiosa a la sociedad, pero principalmente porque es injusto que eso suceda. "Obviamente, los derechos humanos deben incluir el derecho a la libertad religiosa, entendido como expresión de una dimensión que es al mismo tiempo individual y comunitaria, una visión que manifiesta la unidad de la persona, aun distinguiendo claramente entre la dimensión de ciudadano y la de creyente”. Frente a un férreo dogmatismo secularista, que pretende excluir la religión de la vida pública recluyéndola en la conciencia individual y despojándola de toda eficacia social, opone una visión integral y unitaria del individuo, que no tiene que prescindir de sus convicciones más profundas precisamente cuando atiende a los deberes más graves que le competen delante de su conciencia.
“Es inconcebible, por tanto, que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos -su fe- para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos”. Es notoria la violencia y la injusticia que esto supone. Es el individuo completo, con todas sus dimensiones, el que debe participar de la vida política; poner en sordina alguna de ellas es caer en una ficción, como lo sería el suponer que los ciudadanos no tienen educación, principios éticos, o simplemente necesidad de alimentación y esparcimiento. El tener convicciones arraigadas no los descalifica, por el contrario, los define, delimitando su propia personalidad y el valor de sus propuestas. Creer no significa imponer, sino proporcionar la propia perspectiva que puede ser un ingrediente valioso en la construcción de una sociedad justa.
Si cada ciudadano debería poder hacer oír su voz a este respecto a titulo personal, Benedicto XVI no ignora el valor y la luz que puede proporcionar la Iglesia en su conjunto: "Las Naciones Unidas siguen siendo un lugar privilegiado en el que la Iglesia está comprometida a llevar su propia experiencia en humanidad, desarrollada a lo largo de los siglos entre pueblos de toda raza y cultura, y a ponerla a disposición de todos los miembros de la comunidad internacional. Esta experiencia y actividad, orientadas a obtener la libertad para todo creyente, intentan aumentar también la protección que se ofrece a los derechos de la persona. Dichos derechos están basados y plasmados en la naturaleza trascendente de la persona, que permite a hombres y mujeres recorrer su camino de fe y su búsqueda de Dios en este mundo. El reconocimiento de esta dimensión debe ser reforzado si queremos fomentar la esperanza de la humanidad en un mundo mejor, y crear condiciones propicias para la paz, el desarrollo, la cooperación y la garantía de los derechos de las generaciones futuras".
Por desgracia la discriminación por motivos religiosos es una dolorosa realidad, muy extendida en el mundo contemporáneo, debida paradójicamente –los extremos se tocan- al laicismo que niega la dimensión religiosa del hombre, y al fundamentalismo religioso, que excluye y discrimina a los integrantes de otros credos, mezclando las esferas política y religiosa.
“Los derechos asociados con la religión necesitan protección sobre todo si se los considera en conflicto con la ideología secular predominante o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva. No se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan la construcción del orden social".
El Papa busca sensibilizar a este organismo internacional, para que esté a la altura de las expectativas con las que surgió y trabaje efectivamente, sin excluir ningún aspecto por razones ideológicas, en pro de la integridad y totalidad de los derechos de la persona: "Mi presencia en esta Asamblea es una muestra de estima por las Naciones Unidas y es considerada como expresión de la esperanza en que la Organización sirva cada vez más como signo de unidad entre los Estados y como instrumento al servicio de toda la familia humana ".