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El Papa en América

El Evangelio es como una semilla. Cae en muchas tierras. En algunas arraiga y crece con vigor. En otras es sofocada, muere prematuramente. Una vez crecida, la semilla evangélica puede perderse, porque hay plantas robustas que pierden sus raíces. Pero también puede conservar su vigor y multiplicarse en nuevas generaciones de creyentes. Benedicto XVI viaja a una América joven. Ya han pasado más de 500 años desde que la semilla del Evangelio cayó en tierras americanas. La nueva generación, como cada generación, se pone ante Cristo y se pregunta: Tú, ¿quién eres? (cf. Jn 1,22). Muchos analistas siguen el viaje del Papa con una óptica equivocada. Se fijan en los aspectos sociales y políticos de sus palabras, analizan sus diferencias respecto de Juan Pablo II, contextualizan la situación de Iberoamérica con lecturas históricas parciales e insuficientes. La lectura correcta de este viaje papal y de la reunión de la Conferencia general del episcopado latinoamericano sólo puede encontrarse desde Jesucristo. Un Jesucristo aceptado en su plenitud, como Hijo del Padre y Redentor del hombre, como fundador de la Iglesia y como Resucitado que sigue presente en la historia a través de los Sacramentos. O un Jesucristo rechazado o reducido a lecturas insuficientes, parciales, incluso distorsionadas. No hay alternativa: o con Cristo o contra Cristo. El Papa está ya en el continente de la esperanza. Un continente con problemas enormes, nadie lo niega. Pero un continente en el que millones y millones de personas, de razas autóctonas o de razas de emigrantes, indígenas, mestizos, negros, blancos, amarillos, tienen puesta su mirada en Jesucristo, desean vivir y morir como miembros de la Iglesia católica. Hay que saber leer, con una clave justa, un viaje lleno de promesas. El Sucesor de Pedro repite a América lo que dijo al mundo entero, especialmente a los jóvenes, al iniciar su pontificado: “Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida” (24 de abril de 2005).