Un
día alguien muy sabio me dijo que el matrimonio es como los zapatos. Al
no entender su analogía me explicó que, por lo general, cuando uno
encuentra zapatos a su gusto los quiere comprar; queda encantado por su
forma, su color y su estilo.
Cuando al fin los compra, nota que en un principio le aprietan, le lastiman, le sacan heridas, incluso llega a pensar: Ni para qué los compré, parecían más cómodos.
Mas con el tiempo, los zapatos se amoldan tan bien a uno, que ya aunque
le presenten otros mejores, más nuevos, incluso más bonitos y modernos,
los propios ¡ya no los cambia por nada!
El acople al inicio del matrimonio también cuesta trabajo, a unos
más que a otros, pues por lo general, es difícil adaptarse a la cultura
y costumbres del otro, pero poco a poco ambos se amoldan hasta
formar un gran equipo donde las debilidades de uno se compensan con las
cualidades del otro y viceversa, donde paso a paso aprenden a
entenderse y amarse con todo aquello que al inicio les causaba
conflicto.
Si por tu cabeza ha pasado la decepción, o peor aún la frase para qué me casé,
no te asustes, no te des por vencido. Recuerda, el matrimonio cuesta,
debe ser una conquista diaria. Piensa que tienes el arma más grande
para luchar: ¡El amor! El único capaz de brindarnos la
paciencia y el olvido de uno mismo, tan necesarios en un matrimonio,
para decir con gran certeza: ¡No lo cambio por nada!
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