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El hombre sin Dios

Para muchos españoles, envueltos en el ambiente preelectoral, no existe otra realidad más importante en sus vidas, que la política. Todo gira, desde que se levantan hasta que se acuestan, en torno a ella. Se olvidan de todo lo que constituye el entramado de su vida familiar, laboral, social, y hasta vital. Nada digamos del espiritual y de Dios, a quien tienen en el más completo olvido y con el que no se relacionan personalmente desde tiempo inmemorial.

Ahora bien, estamos probando todos las consecuencias de dar la espalda a Dios, en los diversos ámbitos de la vida. El hombre, engreído y autosuficiente, por sus progresos técnicos y científicos, prescinde de Dios. Él mismo se ha erigido en dios y en el centro y fin de su propia existencia. Consecuencia de ello es que experimenta el vacío más absoluto, que todo se tambalea y carece de consistencia. El relativismo y el nihilismo ocupan en su vida el lugar de Dios. El odio desplaza al amor, la muerte a la vida, el egoísmo a la solidaridad, el caos al orden, la anarquía a la ley, la tristeza al gozo y la amargura a la felicidad... Cada día los medios se encargan de servirnos espeluznantes eventos -dentro y fuera de España –de hacia donde camina el mundo , el hombre y la sociedad sin Dios. Mal camino llevamos si no rectificamos todos y pronto. No se trata de buscar culpables. Todos lo somos. Dentro de nuestro propio corazón damos culto a muchos ídolos -falsos dioses- que han desplazado “al único Dios vivo y verdadero”. Pese a todo, muy pocos son los que tratan, en serio, de volverse a Dios o convertirse. Es más cómodo y fácil disculparse y dejar las cosas correr o como están. Mientras no sea Dios el centro de la vida del hombre y de todos los hombres, mal arreglo tendrán todos los problemas humanos.