Se ha dicho, y con razón, que toda persona es mitad ángel y mitad demonio. Todos, desde que tuvimos uso de razón, hemos experimentado en nuestro interior la dualidad y lucha existente entre el cuerpo y el espíritu. Mientras caminemos por este mundo, se desarrollará una lucha sin tregua entre la carne y el espíritu.
Alguien comparó a la persona como un fogoso corcel que hay que dominar. Si el jinete que lo monta no le embrida bien fuerte, puede desbocarse y arrastrar al abismo a ambos dos.
Es importante para cada persona dominar sus fuerzas instintivas y sujetarlas con su voluntad al espíritu, reforzado por la fuerza divina de la gracia.
S. Pablo en su carta a los Romanos dejó escrito: “Los que se dejan dirigir por la carne, tienden a lo carnal; en cambio, los que se dejan dirigir por el Espíritu tienden a lo espiritual . Nuestra carne tiende a la muerte; el Espíritu a la vida y a la paz. Porque la tendencia de la carne es rebelarse contra Dios; no sólo no se somete a la ley de Dios, ni siquiera lo puede. Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios...Si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis”.
He aquí la tarea que incumbe a todos los cristianos.. Hay que optar y permanecer unidos a Jesús para que no prevalezca en nosotros la corrupción de la carne que lleva a la muerte, sino la fuerza del Espíritu que lleva a la vida.