Elena no lo podía creer. El cambio de actitud de Ernesto, su esposo, la llenaba de felicidad.
Apenas una semana atrás, Ernesto le aseguró que no volvería a ver a sus suegros. A ella le producía dolor pero era claro que, una vez más, sus padres habían sido muy groseros e incluso hirientes con Ernesto.
Pero, ¿qué había producido tal transformación? La respuesta fue muy sencilla. En su último viaje a Celaya, Ernesto se enfermó, aunque no de gravedad, se encontraba solo en un hotel de una ciudad lejana a su hogar, el primer día lo pasó solo y con fiebre, sin embargo, al día siguiente el camarero a quien no conocía, al darse cuenta de su enfermedad llamó al médico, compró las medicinas y lo acompañó en sus ratos libres. ¡Ernesto había recibido toda esa atención siendo el perfecto desconocido! ¿Cómo no seguir el ejemplo de aquel camarero? ¡Cómo negar a otros lo que tan generosa e incondicionalmente había recibido!
La actitud a la que Jesús nos llama es hoy realmente radical. Sin lugar a dudas todo su mensaje exige un cambio total en nuestras vidas. Como muestra el Evangelio de este domingo: "Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso" (Lc 6,36).
Y es que la construcción del Reino de Dios nos convoca a superar las barreras creadas por la simpatía y el cariño natural: "Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian" (Lc 6,27). Se trata de un amor que supera un simple sentimiento y alcanza incluso a los que en apariencia lo merecen.
¿Cómo amar a nuestros enemigos si muchas veces es tan difícil amar a quienes nos quieren? Sólo hay una respuesta a partir de la experiencia renovadora del encuentro con Jesús. La única prueba de que has sido amado por Dios es el amor que puedas ofrecer a los demás.