Leticia y Joaquín tienen 35 y 40 años respectivamente, forman una familia que consta de 2 hijas de 6 y 7 años, al cumplir 8 años de casados, decidieron procrear a su tercer hijo y a los tres meses de embarazo, le detectaron a la mamá una hepatitis muy grave.
Por recomendación de los doctores, ella se fue a casa de sus papás para poder estar en total reposo, ya que en su casa, las niñas estaban muy chicas y su enfermedad requiere de mucho descanso.
Al consultar a diferentes doctores, todos coincidían que que el niño iba a nacer con una malformación y que iba a ser muy duro para ella tener un bebé así, sabiéndolo desde antes y pudiendo evitar este dolor.
Ella dijo, es mi hijo y Dios me lo mandó, yo no tengo derecho de matarlo. Si Dios me lo mandó, fue por algo, yo lo voy a querer como venga.
Más tarde, hubo doctores que le dijeron que lo más seguro era que el bebé ya estaba muerto, lo que la alarmó mucho. Le hicieron un ultra sonido y vieron que el niño se movía y estaba muy bien, lo cual le causo gran alegría.
Más tarde se complicó, por que le vino una anemia muy severa, por lo que el riesgo ahora era un aborto accidental y la tuvieron que hospitalizar tres semanas.
Todos a su alrededor estaban muy preocupados, pero ella conservaba una calma impresionante y decía: " Si Dios me lo quiere dar, me lo va a dar sano o enfermo, yo lo voy a querer igual, con el mismo amor que le tengo a mis dos hijas".
Acabó la hepatitis, le pusieron varias transfusiones de sangre, y el niño nació sano y sin ningún problema.
Ello nos demuestra que Leticia vivió esta experiencia a la luz del mensaje de Dios y acompañada por Él en todas sus decisiones. "Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor".