El equipo de Dios
El excelente portero de Alemania tuvo, en la inaguración del mundial, una tarde de trabajo. Le encajaron sólo 2 goles. El resultado era presumible.
Las pantallas nos muestran deportistas habilidosos, jóvenes, y algún que otro veterano que podría convertirse en árbitro. Sin ánimo de ofender, uno percibe que que la mayor parte de los árbitros son un poco calvos y fueron futbolistas. Cuando esto sucede, utilizan discretamente el silbato. Otros, con menos pelo, suelen pitar más.
El caso es que este mundial tiene un nombre, un eslogan: «El fútbol y la hermandad: El mundo entre amigos». Y esto ya es noticia, muy buena noticia. Parece que el fútbol, además de deporte, además de negocio y diversión, tiene otro tinte. Al menos es el color que se le quiere dar en esta copa mundial.
No sé si a Dios le guste el fútbol. Me imagino que sí. El fútbol de calidad, el bueno. Y seguro que debe tener su equipo. En este sentido, el Papa Wojtyla fue un buen portero o delantero en sus años de escuela y de universidad. Recuerdo haberle escuchado decir que el fútbol debería convertirse en un motivo auténtico de promoción de la grandeza y de la dignidad del hombre, de auténtica humanidad, en el que los jóvenes -y todos somos jóvenes delante de las cámaras- sean incitados a aprender los grandes valores de la vida y a difundir las grandes virtudes que constituyen la base de una digna convivencia humana, como la tolerancia, el respeto de la dignidad humana, la paz y la fraternidad.
Juan Pablo II definía al deporte rey como «una forma de juego, simple y complejo a la vez, en el que la gente siente alegría por las extraordinarias posibilidades físicas, sociales y espirituales de la vida humana». ¡Cuántas veces pidió a los futbolistas, ídolos de las multitudes, que el fútbol no pierda nunca su genuina característica de ser una actividad deportiva, que no quede sumergida por otras preocupaciones, especialmente las de carácter económico!
Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, ha dicho: «la fascinación por el fútbol consiste, esencialmente, en que sabe unir de forma convincente estos dos sentidos: ayuda al hombre a autodisciplinarse y le enseña a colaborar con los demás dentro de un equipo, mostrándole como puede enfrentarse con los otros de una forma noble».
Eso es el fútbol. Eso es el mundial. O deberían serlo.
Por eso, ¿hay que separar al fútbol de Dios, poniendo el partido como alternativa a la Misa o la jornada? ¡Claro que no! ¿No estamos, en este mes de junio y julio ante una preciosa oportunidad evangelizadora, de descubrir y estimular valores en el fútbol y en sus hinchas?