La muerte nos enseña a vivir
Al comenzar este artículo, quiero que nos situemos en el año de 1997, precisamente en el verano de aquel año. Terminaban los calores y el mundo entero se convulsionó con una noticia. La fotografía de todo un personaje dio la vuelta al mundo entero. Si durante toda su vida, o más precisamente, después de su boda, ya era noticia, ahora lo era sin duda alguna más noticia, si cabe esta expresión.
Comenzó su vida pública en forma sencilla, pero comenzó a robar cámaras. Tan es así que su esposo, a quien se le debían todos los honores por su realeza, comenzó a pasar a un segundo plano. Ella comenzó a ganarse el corazón de todo el mundo, no había duda de ello. Nadie se perdía detalle de su vida. Impuso moda en su peinado, en sus vestidos, en su forma de vivir. Hasta los estadounidenses que son reacios a la realeza fueron cautivados por su presencia. Una mujer que en apariencia era feliz. Después de tener dos hijos varones parecía que la vida y todo lo que ella pueda contener le sonreía sin medida.
Pero a varios años de su trágico fallecimiento descubrimos que no todo era felicidad para Lady Di: infidelidades de su marido, infidelidades de ella, bulimia, intrigas. Buscaba la felicidad y quiso encontrarla en los demás y así murió en París, en el “Puente Alma”.
A la semana siguiente el mundo volvió a conmoverse con la muerte de otra gran personalidad. No se había repuesto de los funerales en la Iglesia de St. Paul, de la canción de Elton John “Candle in the wind”, de las tarjetas y montañas de flores, del coche fúnebre desaparecer en una villa de Inglaterra, cuando la muerte de otra mujer volvió a llenar las pantallas televisivas y los periódicos de todo el mundo. Ante su féretro desfilaron políticos, hombres de empresa, líderes de todo género. El gobierno de la India le rindió homenajes fúnebres de un Jefe de Estado. Era curioso ver a Hillary Clinton hacer los honores a una anciana de 80 años envuelta en un sari de muy poco valor. Vimos a la Reina Sofía depositar una corona de flores ante una mujer que siempre usó un par de sandalias o a la Reina Fabiola de Bélgica tocar suavemente la mano de una mujer que siempre estuvo en contacto con los leprosos, con los necesitados. Las manos acostumbradas a cargar los huérfanos de la guerra de Beirut, los moribundos de la India o los enfermos de Sida de Nueva York y San Francisco. Las manos que lo mismo recibían cheques de millones de dólares que unas cuantas liras o ropa usada para sus pobres.
Dos mujeres, dos historias, una misma muerte.
Veamos cómo podemos estar preparados para el encuentro final:
¿Qué nos enseña la muerte?
¿Qué nos enseña la vida?
Conciencia de eternidad
Del tiempo a la eternidad