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El embrión, un tesoro a debate

 

El debate actual sobre la licitud ética del uso de embriones para la investigación refleja aspectos importantes de la mentalidad científica.

Los investigadores tienen un deseo insaciable de saber. Cuando conquistan una frontera, se plantean en seguida cómo llegar a la siguiente. Cuando curan una enfermedad, buscan en seguida estrategias para curar otras o para “amortiguar”, si eso fuese posible, el mismo proceso natural de envejecimiento que afecta irreversiblemente a todos los seres humanos.

La investigación médica de vanguardia desea encontrar la solución a muchas enfermedades degenerativas. La investigación con células madre (llamadas también estaminales) ofrece, en ese sentido, grandes esperanzas. Estas células madre pueden proceder de embriones (en sus primeros estadios de desarrollo), o de seres humanos más desarrollados (fetos, niños, adultos). Normalmente es posible obtener células madre embrionarias a partir de la muerte o de la destrucción de los embriones usados en ese tipo de experimentos, a no ser que se desarrollen técnicas más seguras que eviten cualquier daño al embrión del que se tomen tales células.

La investigación basada en células madre de adultos no plantea en sí graves objeciones éticas. En cambio, se discute ampliamente sobre la licitud ética de recurrir a células madre embrionarias, porque la obtención de tales células implica destruir o dañar a los embriones.

Algunos defienden, sea a nivel divulgativo, sea a nivel científico, el carácter “subhumano” de esos embriones. Desde 1984 se ha ido difundiendo el término “preembrión” para denominar al embrión en sus primeras fases de vida, dando a entender, con ese término, que estamos ante a una especie de “prehombre”.

La sociedad puede asustarse si escucha que la investigación destruye seres humanos. La sociedad, sin embargo, queda más tranquila si se les dice que están siendo usados (y destruidos) preembriones en los laboratorios. El estudio publicado a inicios de septiembre de 2007 por la Autoridad Británica para la Fertilización y la Embriología (cuyas siglas en inglés son HFEA) muestra claramente que el “uso” de embriones es aceptado cuando se consigue convencer a la opinión pública del carácter subhumano de tales embriones antes de que lleguen a cumplir 14 días de desarrollo.

Otro argumento que se esgrime a favor de la investigación sobre embriones es que muchos de ellos están destinados a una muerte inevitable. En las clínicas de reproducción artificial “sobran” embriones. Muchos de sus padres no quieren o no pueden ofrecerles una oportunidad de continuar su existencia como a los demás embriones humanos.

¿Por qué no aprovecharlos, si su destino es una muerte segura? Para algunos científicos, son “material biológico” muy interesante: bien usado, servirá para descubrir y mejorar la medicina moderna. Incluso algunos dicen que aprovechar esos embriones es dar un sentido a su muerte, ofrecerles una “dignificación” para que su destrucción inevitable adquiera un valor humanitario al dar esperanzas a tantos enfermos que esperan la ayuda de la ciencia.

No faltan, sin embargo, científicos, bioeticistas, juristas, pensadores y filósofos que defienden abiertamente que todo embrión es un ser humano desde el momento de la fecundación. Estos autores consideran, por lo tanto, que el embrión debe ser protegido: no es justo destruirlo o dañarlo para permitir el “progreso” científico. Ningún ser humano vale menos que los otros. Ningún ser humano puede ser destruido para el bien de otros seres humanos.

Los que desean usar embriones atacan a estos autores como poco serios. Piensan que los defensores del embrión usan ideas religiosas o prejuicios anticientíficos. Algunos autores que quieren experimentar con embriones afirman con decisión que los primeros estadios de nuestra vida no fuimos más que un cúmulo desorganizado de células sin ningún valor, y que poco a poco se fue fraguando una estructura más compleja que permitió un día (no se ponen de acuerdo en decir exactamente cuál) el que surgiese un ser humano que empezó entonces a merecer respeto y protección.

No es difícil dar una respuesta a una discusión tan compleja. Hay muchos intereses de por medio, y quizá este debería ser el primer dato a considerar.

¿Qué ganan los que defienden la dignidad (el valor) del embrión? Parece que muy poco. El que nazca un niño, o el que no se destruya un embrión, no produce un gran beneficio a un filósofo o a un científico que defienda a ese embrión.

¿Qué ganan, en cambio, los que atacan la dignidad de ese embrión? Un laboratorio podrá ganar mucho, pues así podrá solicitar más fondos para la investigación, será más cotizado en la bolsa, obtendrá fama, quizá patentará algunos nuevos fármacos o incluso (donde no esté prohibido) patentará líneas celulares. Este primer dato es bastante indicativo: el hecho de que la destrucción de embriones beneficie a unos y no a otros explica el interés de algunos en negar el valor de esos embriones y en defender la “licitud” de su destrucción para sus propios intereses “científicos”.

Pero esto no basta para probar que el embrión merece ser respetado. Los que niegan la identidad humana de los embriones acusan, como ya dijimos, a sus adversarios de no ser científicos, de no ser serios. Podemos preguntarnos: ¿sólo los científicos tienen el monopolio de la verdad a la hora de definir qué significa ser hombre? En un mundo pluralista sería lógico escuchar a todos. Creemos que también una madre y un padre que tienen varios embriones congelados pueden decir si son un simple cúmulo de células o si son sus hijos. Descubrir la relación que existe entre esos embriones y sus padres nos abre a un nuevo horizonte de valores, nos hace entrever que esos embriones son algo más que un “puñado de células”.

¿Y si los padres han muerto o rechazan a esos embriones? También hay niños abandonados por sus padres (quizá fallecidos en circunstancias dramáticas) y que son encontrados por otros adultos. En estos casos la sociedad interviene en defensa de los niños abandonados. ¿No podemos sensibilizar a la sociedad para defender a los embriones rechazados, congelados, sometidos a un tratamiento gravemente peligroso para sus vidas?

Los defensores de la experimentación con embriones no se rinden. Dicen, como ya vimos, que no usar esos embriones provocará un gran retraso para la ciencia, levantará una barrera oscurantista a la legítima autonomía de la investigación.

Sabemos, sin embargo, que la ciencia debe aceptar límites éticos que no puede superar sin deshumanizarse. Hoy día los ecologistas han logrado que se respete a chimpancés, conejos y ratas de laboratorio, que no se les haga sufrir, incluso en detrimento de la investigación científica. ¿Es que son menos valiosos los seres humanos que los chimpancés? ¿Es que un embrión humano puede ser destruido mientras que nos parece injusto el que los laboratorios destruyeran huevos de pájaros en peligro de extinción?

La humanidad se encuentra ante un debate de enorme importancia. La defensa de los embriones humanos o su minusvaloración enfrenta dos modos de ver la vida y la muerte, la ciencia y la política, los derechos humanos y la protección que merecen los más débiles. Ya se ha cometido una enorme injusticia con la difusión del aborto. El desprecio hacia los embriones se coloca bajo la misma perspectiva de quienes consideran a algunos seres humanos como menos importantes que otros.

La defensa de los embriones y, consecuentemente, la lucha por erradicar la injusticia del aborto, son un reto para los hombres de buena voluntad. Esto implicará, desde luego, que algunos científicos no puedan llevar a cabo todos los experimentos que tienen en agenda. Prohibirles investigaciones que conllevan destruir seres humanos no es limitar injustamente su libertad. Es, simplemente, indicarles el camino de una ciencia verdaderamente ética: la que orienta el uso de su saber y del dinero que reciben de la sociedad para defender cualquier vida humana, no para destruir algunas vidas consideradas como “menos humanas”, aunque sea para el beneficio de otras vidas humanas consideradas como superiores. De este modo sus descubrimientos se basarán en el respeto a los más débiles, y podrán construir una ciencia que esté, realmente, al servicio de todos los hombres, sin exclusiones ni discriminaciones de ningún tipo.