El verdadero dolor de la Iglesia no proviene –en frase certera y bien expresiva de Jiménez de Parga - de “ las canalladas” que le infligen, pública y privadamente, ciertos medios con sus injustas campañas, sus injurias, y sus calumnias.
Más de veinte siglos de luchas y sufrimientos, han forjado y templado la resistencia de la Comunidad cristiana, frente a toda clase de persecuciones y ataques, bien orquestados, provenientes, tanto de sus declarados enemigos, como de sus propios hijos ingratos, rebeldes, cobardes y traidores.
Todo este calvario forma parte de la misión en el mundo, asumida, con naturalidad y realismo, por la esposa del Crucificado. El ya le previno, desde el principio, de todo lo que le sobrevendría en el futuro.
El dolor de la Iglesia es mucho más profundo que todo eso. Es ver y comprobar que gran parte de la humanidad permanece ciega y sufriente, rechazando la luz, el camino, la verdad y la vida que proviene, únicamente, de su divino fundador, Jesucristo. Ningún otro dolor comparable a este.