La generalidad de los humanos centran sus ocupaciones y preocupaciones alrededor del dinero. El vil metal, o “el estiércol del diablo”, en frase de Papini, se ha erigido en un dios, casi omnipotente, que esclaviza y tiraniza a medio mundo y solivianta al otro medio .Donde reina como valor absoluto, los demás valores se difuminan y desaparecen.
Millones de seres humanos cifran sus deseos e ilusiones en el tener y acumular dinero. Piensan que en él encontrarán la única felicidad posible y por él alcanzar cuanto les brinda la sociedad consumista en que viven.
No venden su alma al diablo, -ya muchos no creen en su existencia , - sino al dios dinero. Incontables son los que han hecho el fin de sus vidas el dinero. Luchan, se agitan, se corrompen y matan por conseguir más y más dinero, que les posibilite la realización de todos sus sueños. Para estos tales, la única verdad que existe –no creen en nada ni en nadie- es el dinero. Esta fiebre posesiva de dinero afecta por igual, sin excepción, a los hombres y mujeres de todas las clases sociales, razas, culturas, edades y condición, en todos los lugares del mundo. Pocos son, en verdad, los humanos que escapan a su influjo y fascinación. Hasta el mismo Salvador de los hombres, sufrió el acoso de la tentación crematística, saliendo vencedor en la lid. Sus palabras de vida eterna, siguen resonando todavía a lo largo y ancho de los siglos: “No podéis servir a Dios y al dinero”.
Ante este panorama, un tanto desolador pero real ¿quién puede decir con verdad que no ha sucumbido alguna vez al poder del dinero? .Se comprende la verdad del Libro Sagrado cuando dice: “Feliz el hombre que no puso su confianza en el dinero ,sino que su Dios es el Dios de Israel“.