«¿Cuál debate?» me dirá usted. Y tiene razón. Porque, tristemente, aunque haya quien diga que hay debate, la realidad es que no se ve por ningún lado tal debate. Sí, hay muchos que han escrito y hablado sobre esta encíclica. Pero, estrictamente, no se ha debatido
Me explico. Los medios, con la excepción de los católicos, no pasaron de reportar el hecho, en la página 25 de los periódicos, o dándole 15 segundos en la radio. En los medios católicos se habló de la encíclica, se expuso su contenido, pero no se debatió. La reacción de católicos y no católicos, que raramente pasaron de leer el título, fue pensar: «La Encíclica nos habla de caridad y de verdad. Lo mismo de siempre. Ya lo sabíamos: si todos fueran buenos, el mundo sería maravilloso. Pero la gente no es así». Y ninguno se molesta en debatir el documento. Parafraseando a José Luis Restán, editorialista español, es de dudarse que el mundo católico se haya tomado en serio lo que el Papa nos quiere decir.
¿Qué hacer con esta encíclica? A mí se me ocurren al menos dos cosas. Traducirla a un lenguaje más sencillo, para que el pueblo cristiano pueda entenderla mejor. Estoy dispuesto a apostar que a muchos empresarios y políticos les resultará difícil entenderla. Después, una vez entendida la encíclica, organizar el debate entre los católicos que son actores del desarrollo humano integral: empresarios, administradores públicos, políticos. Debatir cuál es el mejor modo de hacer realidad lo que el Papa nos pide. Analizar las medidas, privadas y gubernamentales, contra la crisis, y ver si cumplen con el criterio de Caridad en la Verdad. Ver más allá: cómo debería reorganizarse lo económico y lo social para lograr el desarrollo humano integral en lo concreto. Debatir todo lo que haga falta. Que lo merece. Que lo necesitamos. Que es fundamental.