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El bien

¿Qué tiene de malo si a mí me gusta?

Ingrid tenía un problema de conciencia. Por una parte estaba la enseñanza que sus papás (de manera especial su mamá) le daban sobre el amor y el sexo, y por otra, su propio modo de pensar, influenciado por lo que sus amigas y amigos pensaban sobre esta práctica.

De sus padres recibía solamente prohibiciones y amenazas; de sus amigos, en cambio, atrevidos consejos basados en tempranas experiencias, muchas de ellas fraguadas en la imaginación. Dejándose llevar por esos consejos, Ingrid y su novio vivieron su experiencia de ese "amor eterno"; basado en el "qué tiene de malo si a mí me gusta". ¡Resultó embarazada!

¿Por qué a mí?, se preguntaba Ingrid, espantada por las consecuencias de su "amor eterno" y recurrió a su enamorado, quien le señaló un cartel en el Metro donde la invitaban a abortar con toda "seguridad" para ella... ¡Y la abandonó a su suerte!

¿Abortar? Y otra vez llegaron los consejos bienintencionados, pero fatales: "tienes derecho sobre tu cuerpo. No es más que un tumor, todavía no es un ser humano". "Tener un hijo a tu edad es arruinar tu vida".

Pobrecita Ingrid. En esos momentos se sentía angustiada por el miedo al "te lo dije" de sus papás, por el qué dirán, por el abandono de su "amor eterno" y por tener que dejar la escuela. Le daban ganas de matarse.

Puerto seguro

No aguantó más: habló con su mamá y ella a su vez con su papá. Después de la regañada y todo lo demás, vino la calma y el experimentar la seguridad del amor familiar, amor de a de verás que todo lo acepta y todo lo comprende.

Decidió recibir al hijo de aquel "amor eterno", tan fugaz e irresponsable con el apoyo de sus padres que se sentían felices de ser abuelos.

El bien y el mal

Resuelto su problema existencial, Ingrid analiza serenamente qué estuvo bien y qué estuvo mal y cómo podía ser posible que tanta gente, aparentemente de buenas intenciones, tuviera criterios tan diferentes sobre el bien y el mal.

Con la ayuda de sus padres fue descubriendo que el bien no es lo que me conviene o no me conviene, lo que me gusta o no me gusta, lo que la mayoría opina o lo que todos hacen, sino algo que existe independientemente de la moda o del gusto de las personas. Viene de las leyes escritas por la naturaleza en el corazón de los hombres y que son las mismas para todos los hombres de todos los tiempos.

Ingrid se dio cuenta que es muy fácil alterar esas leyes por intereses personales o de grupo y que hasta es posible que una mayoría vote por algo malo y que no por eso comienza a ser bueno.

Lo bueno, lo que siempre buscamos para encontrar la felicidad, no obedece al capricho momentáneo de un individuo o de un grupo, sino que tiene sus raíces profundas en el orden de la naturaleza, si hablamos humanamente.

El bien supremo

Pero el bien, para los creyentes de todas las religiones, no se funda tan sólo en esas leyes escritas en el corazón de cada hombre, sino en aquel que las escribió.

Los creyentes en Dios sabemos que, por ejemplo, los diez mandamientos de las religiones judeocristianas interpretan perfectamente y hasta superan los derechos humanos. Cumplir esos diez mandamientos significa vivir en armonía con la naturaleza misma y con Dios.

Los cristianos, además, sabemos que la búsqueda de ese bien se expresa en los tres valores expresados por Cristo en la síntesis de los diez mandamientos, en la nueva ley de Cristo: ama a Dios y a tu prójimo como a ti mismo. Amor a Dios, Amor al prójimo, Amor a mi persona, por la dignidad que tengo.

Entendemos, además, los cristianos, que el amor al bien, el buscarlo y hacerlo, es garantía de un bien eterno, del único amor verdaderamente eterno que puede haber, es promesa de la felicidad eterna en el Reino de Dios.

Hacer el bien cuesta

Actuar bien es difícil porque muchas veces el mal se nos presenta como algo necesario para ser felices. Y entonces hasta intentamos disfrazar al mal para que parezca el bien. La triste experiencia nos dice que cuando caemos en la trampa que nosotros mismos nos tendemos, las consecuencias son fatales. Ni modo: "el que la hace la paga";.

Perseverar en el bien, a pesar de los sacrificios y renuncias que eso implica, trae también sus consecuencias, pero en esta ocasión son buenas. "Haz el bien y te irá bien".

Hacer el bien, además de la recompensa eterna, trae consigo una recompensa aquí en la vida temporal: paz interior, benevolencia, gozo y madurez humana.

Se habla mucho de la libertad humana; la verdadera libertad es el compromiso con el bien y esa libertad no se acaba aunque se viva en una situación de opresión o, incluso, cárcel y cadenas.

Ingrid descubrió dolorosamente que hay un bien inmutable que no depende de las conveniencias humanas ni de los intereses egoístas y que tiene su fundamento en la ley divina escrita en el corazón de todo hombre y hecha presente en cada momento por la conciencia.