El Amor, como valor en la familia
Antonio Maza Pereda
Creo que para todos es claro, o debería serlo, que el amor es un valor fundamental para la familia. La familia es la escuela del amor, donde primero aprendemos a amar de pequeños; y de este aprendizaje primario del amor muchas veces depende si, más adelante en nuestra vida, nuestro amor es completo, íntegro, y enriquecedor. Si no hay amor en la familia, ¿en donde lo habrá?
Por eso resulta extraño que el amor, al menos en algunos estudios sobre los valores, no ocupe el primer lugar en los valores familiares. Más todavía, cuando he trabajado sobre los valores de la familia en grupos focales, con frecuencia el amor no está entre las primeras menciones y se olvida jerarquizarlo hasta que algún miembro del grupo dice: “Oigan, se nos está olvidando el Amor”
Creo, además, que hay una gran confusión en cuanto a que cosa es el amor. En algunos grupos, sobre todo de jóvenes, se usa la palabra como un sinónimo de relaciones sexuales. Claro, el ideal es que las relaciones sexuales sean por amor (aunque muchas veces el amor no tenga nada que ver), pero indudablemente el amor va mucho más allá. “El sexo sin amor”, decía una joven conocida mía, “entra en la categoría del ejercicio”. ¡Qué triste!
En la Edad Media, los estudiosos distinguían varias facetas del amor. Hablaban de la Cupididad, o la atracción sexual. Hablaban del Ágape, o la amistad, afecto y cariño entre amigos, y también de la Caridad, el nivel más elevado y sobrenatural del amor, una de las virtudes teologales.
La atracción sexual, por supuesto, es un importante componente del amor entre los esposos y es, en sí misma, un bien que promueve la unidad y la comunicación entre los cónyuges. También entre los esposos es muy importante la amistad, el cariño, el afecto; ambos son el mejor amigo del otro, en quién depositan toda la confianza y el respeto por cada uno. Y, por supuesto, cuando hablamos del matrimonio cristiano, es fundamental la caridad, el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. ¿Y quién más prójimo o próximo que el cónyuge? El amor entre padres e hijos, y con la familia extendida, también debería incluir la amistad, cariño, afecto, y sobre todo la caridad.
Tal vez, a estas alturas, muchos lectores estarán pensando: “Eso es muy idealista; muchas familias a veces no logran más que sobrellevarse o tal vez soportarse, pero ahí no hay amor como este señor lo describe”.
Cuan cierto, y cuan triste. ¿Será que tienen razón los que ponen el amor en el cuarto lugar entre la jerarquía de los valores familiares? ¿Será que el amor cuenta menos que el bienestar material? ¿Será cierto que la tendencia es a que el amor sea cada vez menos importante en la familia mexicana? ¿Será que nos hemos vuelto tan escépticos que no creemos siquiera en la posibilidad de un amor amplio, rico y enriquecedor, que nos eleve y nos haga mejores? Y si no lo creemos posible, ¿cómo lo valoraremos?
Este escepticismo sobre el amor en la familia, que muchos prefieren llamar realismo, es una verdadera plaga. Sin amor, ¿Qué mantiene unida a la familia? ¿Será el bienestar o la solidaridad motivos suficientemente fuertes para que la familia se mantenga unida? Más importante: ¿Serán lo suficientemente fuertes para dar felicidad a sus miembros?
¿O será, me pregunto, que las familias que se aman profundamente no hacen mucho ruido, y no se notan, mientras que las familias que son infelices por falta de amor, son mucho más visibles y nos llaman más la atención? No tengo la respuesta, y no sé si sea importante tenerla. Lo importante en mi opinión es hacernos conscientes de lo importante que es este valor y le demos un lugar más importante en la jerarquía de nuestros valores. Si, se puede hacer mucho por las familias, pero nada será más importante que decidirnos a vivir este valor en nuestra circunstancia personal y concreta. Decidirnos a amar a nuestra familia profundamente es la acción más efectiva que podemos hacer, no solo a favor de nuestra familia, sino también en favor de otras familias. No hay testimonio más importante que el del amor. Cuando los paganos veían a los cristianos, decían: “Miren como se aman”. Y querían ser así, se convertían. ¿Cuántas familias se decidirían a amarse profundamente si vieran a su alrededor a familias que se aman?