Es común escuchar a personas adultas y ancianas recordar con añoranza su época de juventud. Esto podría interpretarse como que es una de las etapas más bellas de nuestra existencia. ¿Por qué ahora, en unos cuantos días, tres adolescentes se quitan la vida? ¿cuál sería su desesperación para preferir voluntariamente buscar en lo desconocido algo “mejor”?
Tal vez nos estamos acostumbrando a no aceptar dificultades, a no aceptar retos, no podemos tener un “no” como contestación. Somos frágiles ante el fracaso. En la actualidad se nos presentan las escenas ideales como si las tuviéramos al alcance de la mano: tarjetas de crédito que nos permiten comprar casi cualquier cosa; modelos delgadísimas que consumen unos cuantos productos, con los que cualquier persona puede mantenerse igual que ellas; remedios espirituales que nos cambian la suerte; permiso de la sociedad para cambiar de pareja cuando la que está en turno no funciona como nosotros queremos; y así puedo seguir enumerando varios atractivos más, que no sólo son falsos, sino que provocan que la gente pierda conciencia de la realidad, idealicen o anhelen todo este tipo de artificios creyendo que pueden darles en la vida un valor como personas.
Cuando alguien con toda esta fantasía se enfrenta con un problema real, no tiene la madurez suficiente para manejarlo y se crea ante ella una avalancha de pensamientos negativos que la derrotan antes de que racionalmente se pueda dar cuenta de que, de una manera o de otra,
todo tiene solución.
La familia es el lugar ideal en el que se enseña a la persona a enfrentar su vida, aprovechando sus aciertos y sus errores. El niño aprende a caminar y a sostenerse en pie después de muchas caídas, él no se cuestiona si es bueno o es malo caer tantas veces, simplemente su propósito es caminar y en eso tiene puesta la mira, hasta que lo logra.
El muchacho de hoy requiere urgentemente tener uno o varios objetivos muy concretos, que le den una razón de vivir, una motivación intensa y sana, algo que le dé ánimos para querer alcanzarlos. Esto no es fácil por el simple hecho de que le está costando mucho trabajo definir su propia identidad.
La adolescencia es el puente entre el ser niño y el ser adulto, por lo tanto es un proceso de mucha incertidumbre en donde la pregunta ¿quién soy? aparece constantemente. Es el momento en el que la identidad de cada muchacho o se define o se desvanece. Los padres de familia deben estar muy atentos a las manifestaciones que sus hijos van demostrando a través de su desarrollo, pero en la adolescencia es de vital importancia afinar nuestra percepción, porque es cuando los hijos nos mandan mensajes muy confusos: quiero ser independiente, pero quiero saber que cuento contigo todo el tiempo; prefiero a mis amigos, pero necesito cierta guía para elegirlos bien; me quiero comer el mundo, pero tengo mucho miedo de enfrentarme solo ante él; yo puedo resolver mis propios problemas, pero por favor, date cuenta si necesito ayuda para que vengas por mí.
Escuchándolos, tratando de comprenderlos, de leer entre líneas lo que nos dicen, pero sobre todo, manteniendo nuestro amor incondicional hacia ellos, aunque muchas veces nos desesperen, es una forma de ayudarlos a encontrar y definir su propia personalidad.
Una forma de estar alertas con nuestros hijos jóvenes, es asegurarnos que sus cambios de humor constantes, pasan de la tristeza y melancolía al buen humor y alegría contagiosa. Es decir, si nuestros hijos sí tienen sus ratos buenos y son más frecuentes que los ratos malos, podemos interpretar que son cambios normales de la época.
Si al contrario, la mayor parte del tiempo están cabizbajos, y no hay nada que los motive a reanimarse, es señal de peligro. Este estado de ánimo puede pasar muy fácilmente de una ligera tristeza a una severa depresión, por lo que como padres tenemos que actuar en consecuencia.
¿Qué debemos hacer si ya es preocupante la actitud de nuestros hijos? De inmediato llevarlos primeramente con un doctor que dictamine si hay causas orgánicas de su estado de ánimo; pero después de esto, sin perder tiempo, asistir con una persona profesional que ayude a determinar las causas emocionales de su depresión. Pueden ser profesionistas particulares o en cada Delegación y en Centros de Salud hay asistencia psicológica u orientación familiar a donde se puede recurrir para pedir estos servicios.