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Doctor House: La relación entre televisión y bioética

Doctor House: La relación entre televisión y bioética

Responde el experto en Bioética Carlo Valerio Bellieni.
Existe una curiosa relación entre televisión y bioética, explica el doctor Carlo Valerio Bellieni, del Departamento de Terapia Intensiva Neonatal del Policlínico Universitario «Le Scotte», de Siena, y miembro de la Academia Pontificia para la Vida.
 

         Constatando el enorme éxito que tienen las series de médicos y hospitales, el experto en bioética ha analizado, en particular, la serie «Doctor House», estrenada en Estados Unidos en 2004 por la cadena Fox, y entre 2006 y 2007 en varios países de lengua española.

        «Es una serie que muestra algo interesante: saliéndose del rebaño, el doctor no se deja llevar por las alabanzas a las bien conocidas cúspides del relativismo ético en Medicina», que Bellieni describe así: «el paciente es último tribunal; el médico un “proveedor de un servicio”; no existe capacidad alguna para dar juicios morales sobre los comportamientos en Medicina».

Políticamente incorrecto

        Doctor House, con su autonomía de juicio, es «políticamente incorrecto» –«aunque con alguna excepción»–, añade el científico. Lo curioso es que estos juicios proceden de un personaje «en constante lucha con el mundo».

        «La fuerza de la serie está precisamente en la transformación del protagonista, en sus dudas y sus límites».

        El telefilme parece ser una apología de la frialdad ante el paciente: narra la historia de un médico (Gregory House) misántropo y antipático, que no quiere tener contacto humano con los pacientes.

        «Esta distancia, debida a su propio sufrimiento existencial y físico, es sin embargo sólo aparente. Aún permaneciendo descortés y asocial, en cada momento y con insistencia trata de llegar al fondo de la persona que debe curar», explica el doctor Bellieni.

        «Parte de su propio sufrimiento pasa por reconocer el de los demás, y a veces es justo este ensimismamiento el que le hace ver cosas que no ven quienes le rodean».

        «Habla de manera brusca con los pacientes para convencerles de que acepten un determinado tratamiento, no para secundarles. Sabe que existe un buen comportamiento médico y uno equivocado, y quiere que sus pacientes elijan el bueno».

¿Paternalismo?

        Algunos podrían acusar al doctor House de paternalismo. Pero su colega en la vida real considera que este defecto podría ser mucho mejor «que quien deja al paciente solo ante un diagnóstico hecho de palabras y cifras, “libre” de elegir si quiere morir o vivir».

        «En resumen: a menudo las palabras, y ciertas palabras dulces y piadosas muy de moda –nos dice con una paradoja el autor del telefilme–, sirven para disfrazar la distancia entre las personas», aclara.

        «Todo esto –constata el experto en bioética– se subraya muy bien con la columna sonora, muy rica en música de tema religioso, y que muestra la insatisfacción de una vida sin sentido; entre las piezas musicales están por ejemplo la bellísima “Desire” de Ryan Adams o “Hallelujah” de Jeff Buckley», indica.

Valores

        Bellieni ha percibido valores en esta serie. El primero, explica, es que «el médico no es el “proveedor de un servicio”, para quien cada solicitud de un paciente es igual a cualquier otra, sino que sabe distinguir entre una buena respuesta y una mala, y sabe encontrar la fuerza de no proporcionar la segunda».

        Por ejemplo, explica, «House mantiene la vida del músico de jazz con tubos, a pesar de que todos tienen miedo de transgredir su “testamento biológico”; y también su colega “Cuddy” hace algo similar: a la petición de una inyección de morfina, en realidad le inyecta un placebo».

        En segundo lugar, recuerda, «la relación entre médico y paciente nunca tiene un solo sentido. No está sólo el que da (el médico) y el que recibe (el enfermo), sino que el médico, o bien se pone en actitud de aprender del enfermo, de su fuerza y de su empeño –percibiendo las señales escondidas que lanza...–, o de lo contrario daría un tratamiento truncado, ineficaz».

        «House cura a un niño autista logrando, sólo él, entrar en contacto con el niño; y no sólo esto sino que, al final –cuando parece dejarse atrapar por el pensamiento de que quizá curar a un niño autista, al que es muy difícil guiar, es una especie de encarnizamiento terapéutico–, el niño se le acerca, le mira a los ojos y le regala su juguete...».

        «Estupendo para todos –un niño autista raramente fija la mirada en otro ni mantiene relaciones– y llena de alegría, a pesar de la certeza de la grandísima dificultad, a sus padres; incluso le da al doctor House la ocasión de reflexionar sobre sí mismo».

        «El protagonista va incluso a hablar con una mujer de empresa, deprimida, que espera que la pongan en lista de espera para un transplante de corazón, y le pregunta gritando: “¿Pero quieres vivir? ¡Dímelo, porque incluso yo todavía no lo sé!”. Y no lo hace para que ella haga un “testamento biológico” sino para despertar en ella (¡en sí mismo!) el amor a la vida».

Un hombre con errores

        «Ciertamente, House, como persona, no es un santo y a veces se equivoca en sus decisiones morales. Pero si se tratara de un santo, ¿sería así de sorprendente oírle arremeter, como de hecho sucede, contra la droga o el sexo incestuoso, o contra la fecundación heteróloga [en la que participa una tercera persona diferente a los padres legales, ndr.]? ¿Sería tan “fuerte” oírle hacerse preguntas sobre la humanidad de un feto?».

        «En algunos momentos, los comentarios positivos vienen de otros personajes de la serie. Por ejemplo, cuando, frente al cinismo de House, la ayudante pregunta: “Pero, ¿es que hace falta ser religioso para comprender que un feto es vida?”. O la colega a quien preguntan por una niña que perderá el brazo, “qué calidad de vida tendrá” y ella responde: “La vida tiene siempre cualidades”».

Estupor ante el paciente

        «El doctor House se deja sorprender. Se equivoca, enseña los dientes, pero sabe reconocer lo humano cuando lo encuentra. Este un aspecto importante, a menudo olvidado en la actividad médica: el estupor hacia la misteriosa humanidad de un paciente».

        «House se deja abrazar por la niña con tumor, a la que ha prolongado la vida por un año, e impresionado por la fuerza moral de la pequeña, llega a cambiar su estilo de vida».

        «Se queda maravillado ante la manita del feto que sale del útero materno , durante una operación, y roza la suya. Se queda todo el día mirando el dedo con el que tocó la manita, preguntándose quién es esa vida que nadie considera como humana (quizá ni siquiera él), pero que le ha acariciado».

        «Su estupor es la base de su habilidad para curar», revela Bellieni.

        «House parece no estar nunca para los pacientes... no es un médico bondadoso, está lleno de dolor; pero atesora una exigencia de significado que no le deja desesperarse. Por esto impresiona, en un momento en el que parece que sólo el propio capricho tenga valor, en especial en medicina», concluye el experto en bioética.