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Divorciados

Anoche, por fin un ratito (cerca de las once), para revisar mi correo electrónico. Echo un vistazo a mi “bandeja de entrada” y… Oh, sorpresa: 78 correos correspondientes a ese día. Cada uno distinto, pero todos por el mismo motivo: Resulta que en una página de Internet subieron ayer un artículo que publiqué hace cuatro años y medio. El título: “Antes de divorciarte”.

La mayoría de los remitentes mencionan que son divorciados, o “en proceso de”. He de reconocer que dadas las circunstancias, de la hora, del cansancio y de las actividades que llenarían  este día, no pude leerlos todos. Además, algunos son muy extensos, pues cuentan sus historias -algunas muy tristes por cierto-. Me sorprendieron especialmente dos: el de una abogada quien por su trabajo ha de atender muchos casos de divorcio y me agradece mis argumentos, pues ella, como muchos otros colegas suyos, procuran disuadir de tal decisión a sus clientes. Otro correo es de un pastor de una iglesia de hermanos separados. Éste, muy respetuoso y agradecido. En general el tono de la inmensa mayoría es de agradecimiento. Tampoco faltaron quienes expresaron no estar totalmente de acuerdo conmigo.

La Congregación para la Doctrina de la Fe emanó, en 1994, un documento de gran interés sobre la atención pastoral de los divorciados vueltos a casar. Dicha carta aparece introducida por el entonces Cardenal Ratzinger, de quien recojo el siguiente texto: “Por lo que respecta a la posición del Magisterio de la Iglesia acerca del problema de los fieles divorciados vueltos a casar, se debe subrayar que los recientes documentos de la Iglesia unen de modo equilibrado las exigencias de la verdad con las de la caridad. La verdad puede, ciertamente, doler y ser incómoda, pero es el camino hacia la curación, hacia la paz y hacia la libertad interior”.

Más adelante señala unos principios de los cuales seleccioné los que me parecen más importantes:

Los fieles divorciados que se han vuelto a casar se encuentran en una situación que contradice objetivamente la indisolubilidad del matrimonio, sin embargo, siguen siendo miembros del pueblo de Dios y deben experimentar el amor de Cristo y la cercanía materna de la Iglesia.

Estas personas están llamadas a participar activamente en la vida de la Iglesia , aunque sólo en la medida en que esto sea compatible con sus circunstancias. Por su situación objetiva no pueden ser admitidos a la Sagrada Comunión y al Sacramento de la Confesión hasta que no tengan el propósito de enmienda. Sin embargo, es muy conveniente que fomenten su vida de oración; no dejen de asistir a la Misa dominical y procuren el consejo espiritual con un sacerdote para que pueda acompañarlos en su camino hacia la casa de su Padre Celestial.

Si los fieles divorciados que se han vuelto a casar toman la decisión de vivir como “hermano y hermana”, sí pueden ser admitidos a los Sacramentos. De entre ellos, quienes están convencidos de la invalidez de su matrimonio precedente, deben regular su situación en el fuero externo, es decir: presentar su caso al estudio de un tribunal eclesiástico para que averigüe sobre el particular, y se sometan al fallo del juez en los efectos que éste señale. Y, lo más importante: Al igual que los demás miembros de la Iglesia , no deben perder nunca la esperanza de alcanzar la salvación.