Vª Asamblea General
(24-27 Febrero 1999)
DECLARACIÓN FINAL
Durante los días 24-27 de Febrero 1999 ha tenido lugar en el Vaticano la Vª Asamblea General de la “Pontificia Academia pro Vita”. En el curso de las sesiones hemos reflexionado sobre el tema “Dignidad de la persona en estado terminal”. Nos han ayudado en esta tarea un grupo de expertos procedentes de varias naciones y representantes de las distintas disciplinas (biología, psicología, medicina, filosofía, teología, derecho, y otras). Los especialistas han presentado el resultado del estudio llevado a cabo durante un año de investigación en una “task force” especial instituida con esta finalidad.
Al cierre de nuestras sesiones de trabajo deseamos comunicar las siguientes convicciones conclusivas:
1. En primer lugar, afirmamos que la vida humana es sagrada e inviolable en todas sus fases y situaciones. Un ser humano no pierde nunca su dignidad sea cual sea la circunstancia física, psíquica o relacional en la que se encuentre. Por consiguiente, toda persona en estado terminal merece, y exige, el respeto incondicional debido a toda persona humana.
1. “Nunca como en proximidad de la muerte y en la muerte misma es preciso “celebrar y exaltar la vida”. Esta debe ser plenamente respetada, protegida y asistida incluso en quién està viviendo su natural conclusiòn” (Juan Pablo II, 25 agosto 1990). Cuándo el médico es consciente de la imposibilidad de impedir la muerte del paciente, y es consciente que el único resultado del tratamiento terapéutico sería añadir un ulterior sufrimiento al enfermo, debe reconocer los límites de la ciencia médica y de su personal intervención y aceptar inevitable e ineludiblemente la muerte del individuo. En este momento, el respeto hacia la persona que muere exige el deber de evitar todo “encarnizamiento terapéutico” y el deber de prestar ayuda para una aceptación de la muerte.
2. A pesar de todo, el compromiso del médico y de los operadores sanitarios ante el enfermo sigue en pie. Éstos deben prolongar su tarea utilizando atenta y eficazmente las llamadas “terapias proporcionales y los cuidados paliativos”.
3. El control del dolor, el acompañamiento humano, psicológico y espiritual del paciente, son deberes del médico y del personal sanitario; estas ayudas son tan nobles y esenciales como las intervenciones terapéuticas.
4. Por consiguiente, es necesario un mayor esfuerzo en la preparación y formación de los operadores sanitarios, sobre todo de los jóvenes, de modo que éstos sepan desarrollar con la debida competencia humana y profesional esta grave tarea.
5. En vista de ello, invitamos a los operadores sanitarios a profundizar en el verdadero sentido de su vocación y misión para prestar apoyo a la vida humana y para luchar contra la enfermedad y el dolor.
6. La práctica inmemorial del Juramento de Hipócrates puede servir como guía e inspiración en la vida personal y en el ejercicio de su noble profesión.
7. La persona en estado terminal, no debe ser privada nunca de la presencia y del conforto de sus familiares o de cuantos le asisten cariñosamente ni de su valiosa y diversificada ayuda humana, aunque el enfermo pueda no comprender su solidaria participación y la ayuda fraterna prestada para aliviar su dolor.
8. En la cultura contemporánea, especialmente en los Países desarrollados, junto a valores auténticos como la solidaridad y el amor a la vida, están presentes corrientes de pensamiento y actitudes prácticas que tienden a influir en la sociedad en sentido hedonista, eficientista y tecnocrático; en éstas, faltando una esperanza sobrenatural, se considera la muerte como un sin sentido que la conciencia rechaza y la vida pública oculta.
9. En este contexto, es necesario promover y alentar una auténtica cultura de la vida que asuma la realidad de la finitud y limitación natural de la vida humana. Sólo de esta manera será posible no reducir la muerte a un evento meramente clínico y no despojarla de su dimensión personal y social.
10. Con fuerza y absoluta convicción rechazamos todo tipo de eutanasia, a saber, recurrir a acciones u omisiones con las que se pretende procurar la muerte de una persona con el fin de evitarle el sufrimiento y el dolor.
11. Al mismo tiempo, deseamos expresar nuestra cercanía humana y cristiana a todos los enfermos, especialmente a todos aquéllos que se aproximan al final de su existencia terrena y se están preparando para el encuentro con Dios, nuestra Beatitud. Para estos hermanos pedimos que se les evite el “abandono terapéutico”, que consiste en la negación de tratamientos y cuidados que puedan aliviar el sufrimiento. Además, se debe evitar que semejantes tratamientos y cuidados falten por razones de orden económico.
12. Las terapias y cuidados necesarios a los enfermos terminales o graves deben encontrar una atenta y solidaria consideración en la asignación de recursos financieros.
13. Invitamos a los legisladores y responsables de los gobiernos y de las instituciones internacionales a excluir la legalización o despenalización de la eutanasia o asistencia al suicidio. La aceptación legal del asesinato voluntario de un miembro de la sociedad por parte de otro miembro, comprometería desde la raíz uno de los principios fundamentales de la convivencia civil.
14. Por lo demás, se puede prever que la aprobación legal de la eutanasia llevaría a la pérdida de confianza necesaria entre el paciente y el médico y abriría el camino hacia toda suerte de abusos e injusticias especialmente nocivas para los más débiles.
15. Es necesario que todo ciudadano pueda contar con una conducta médica inspirada no sólo en unos conocimientos científicos (que se perfeccionan progresivamente), sino también en el cumplimiento de la ley natural que la Revelación cristiana confirma e ilumina.
16. En toda sociedad, primitiva o desarrollada, el culto de la muerte viene entendido como señal de respeto ante la memoria de aquel que ha muerto y como afirmación implícita de una vida ultraterrena.
17. Los creyentes en Dios y en la vida eterna saben que la muerte, consecuencia del pecado del hombre, no obstante su dramaticidad humana, es la puerta hacia su definitiva y eterna unión con Dios, Creador y Padre. Con esta finalidad recordamos aquello que dijeron los Padres del Concilio Vaticano II a los cristianos en su Mensaje dirigido a los Enfermos y a todos aquellos que sufren: “Cristo no ha suprimido el sufrimiento; ni siquiera ha querido desvelar enteramente el misterio: lo tomó sobre Sí mismo; ésto es suficiente para que comprendamos su valor”. Por consiguiente, el cristiano puede ver el sufrimiento y la muerte como la posibilidad de unirse íntimamente a los sufrimientos y a la Muerte de Cristo, el Cuál murió y resucitó por nosotros.
18. Deseamos por tanto que las celebraciones de los difuntos conserven su carácter público y religioso para contribuir a una correcta pedagogía de todos aquéllos que son peregrinos en este mundo.
19. Como Miembros de la Pontificia Academia para la Vida, deseamos renovar nuestra plena y filial adhesión a la Persona de Su Santidad Juan Pablo II y a Su Enseñanza Magisterial. Expresamos de igual modo nuestro agradecimiento y renovado compromiso en la promoción y defensa de la dignidad de toda persona que muere.
“L’Osservatore Romano”, Lunes-Martes 8-9 Marzo 1999, p.10